Hasta la separación con la Iglesia oriental en 1054 y con las Iglesias protestantes en el siglo XVI resulta imposible separar la historia del catolicismo de la historia del cristianismo en general. Pero, la visión de su historia para la Iglesia está inspirada en lo que considera su prolongación sin interrupciones desde la Iglesia del Nuevo Testamento y, por lo cual, acepta la legitimidad de la evolución de su doctrina y de su estructura desde entonces. Los grandes cambios culturales, teológicos y disciplinarios de la historia cristiana no se estiman por consiguiente desviaciones de una norma absoluta de la Iglesia apostólica. Se consideran sino como la expresión de una forma diferente y más organizada de impulsos que ya existían desde su comienzo.
La Iglesia primitiva
El primer gran cambio en la historia cristiana fue su expansión desde Palestina hasta el resto del Mediterráneo en las décadas que siguieron al fallecimiento de Jesús. En poco tiempo, el cristianismo recibió el idioma y el vocabulario filosófico del mundo grecorromano para expresar y difundir su mensaje, así como los procedimientos y la organización del Imperio romano. Pero, la característica figura del obispo ya había aparecido a mediados del siglo II. El reconocimiento de la Iglesia por el emperador Constantino I el Grande en el 313 consolidó esta evolución y proporcionó auxilio a la Iglesia en las grandes controversias doctrinales de los siglos IV y V que decretaron su ortodoxia. En el siglo V, el papa León I, obispo de Roma, demandaba y ejercía hasta cierto punto la primacía sobre congregaciones cristianas de otros enclaves.
La Iglesia medieval
La caída del Imperio romano de occidente y la incorporación de los pueblos germánicos a la Iglesia tuvieron un gran impacto en todos los aspectos de la vida religiosa general, incluida una disminución del poder episcopal entre los siglos VII y XI. Bajo la dirección de un Papado reformado a finales del siglo XI se repararon los derechos episcopales en medio de la amarga Querella de las Investiduras que los papas sostuvieron frente a varios emperadores. Como resultado de esto, el Papado apareció como el líder admitido de la Iglesia de Occidente. El papa disponía además de una curia cada vez más centralizadora y eficiente. El Derecho canónico fue revitalizado y puesto en práctica, remarcando el papel del pontífice en el gobierno de la Iglesia. Estos cambios, sumados a las Cruzadas, hicieron que el apaciguamiento con la Iglesia oriental, tras el Gran Cisma de Occidente (1054), fuera más difícil.
El periodo moderno
En parte como reacción a los cambios que se originaron a partir de la Querella de las Investiduras, la Reforma protestante (movimiento religioso) estalló en pleno siglo XVI. La Iglesia católica contestó con la Contrarreforma, ratificando las tradiciones que se habían implantado con el tiempo y en específico los elementos más atacados, como la teología escolástica, la eficacia de los sacramentos y la primacía del papa.
Los ataques que la Iglesia recibió de la Ilustración y de la Revolución Francesa condicionaron la posición defensiva que el catolicismo mantuvo hasta mucho tiempo después. El Concilio Vaticano II intentó suavizar esta posición. A pesar de que los cambios que este Concilio introdujo desencadenaron una considerable confusión durante algunos años, la Iglesia católica preserva su estabilidad y se expande en numerosas regiones del mundo.