Al estudiar la gravitación universal vemos que el Sol es la estrella central de nuestro sistema planetario. Sabemos también que todos los planetas se mueven a su alrededor, siguiendo el siguiente orden ascendente de distanciamiento: Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno. La figura superior nos muestra ese mismo orden.
Llamamos al movimiento que cada planeta describe en torno del Sol de movimiento orbital de traslación: mientras, el movimiento que el planeta hace en su propio eje es llamado de movimiento de rotación.
Las leyes de la física que subyacen a los movimientos de los planetas son el resultado de miles de años de observación del Universo. Estas observaciones se iniciaron desde la época de los egipcios, caldeos, fenicios y otros pueblos de la antigüedad. Tales puntualizaciones teóricas fueron concebidas para tratar de entender los movimientos – no sólo el movimiento de los planetas, sino de todo cuerpo en el espacio. El interés al respecto de ese movimiento siempre estaba asociado a las actividades humanas, como la agricultura y la navegación. Las primeras explicaciones sobre los cuerpos celestes envolvían intervenciones de dioses, es decir, presentaban como fundamentos conceptos religiosos místicos y míticos.
Históricamente se sabe que los primeros estudios científicos de las estrellas fueron realizados por los filósofos griegos. Fueron ellos quienes, sin apoyarse en la religión, intentaron explicar los movimientos de los planetas o más específicamente de todo el sistema planetario. El modelo astronómico propuesto en la antigüedad fue el modelo geocéntrico. Ese modelo tuvo como defensor a Claudio Ptolomeo. Ese modelo consideraba la Tierra como siendo el centro del Universo, es decir, todos los astros del Universo giraban en torno a nuestro planeta. En ese modelo, también llamado de modelo ptolemaico, Claudio Ptolomeo defendía erróneamente que el Sol y la Luna realizaban órbitas circulares alrededor de la Tierra. Ya los demás planetas, según ese modelo, describían, cada uno, una órbita circular en torno de un centro, que, a su vez, describía otra órbita circular alrededor de la Tierra.
El modelo ptolemaico, es decir, el modelo sugerido por Claudio Ptolomeo fue aceptado por muchos años sin sufrir ninguna refutación. Sin embargo, en el siglo XVI nuevas hipótesis sobre el movimiento del Universo comenzaron a surgir. Un nuevo modelo fue entonces propuesto por Nicolás Copérnico. En su modelo, Copérnico propuso que el Sol era el centro del Universo y los demás planetas, hasta entonces descubiertos, giraban en órbitas circulares alrededor del Sol. Su modelo quedó siendo conocido como modelo heliocéntrico.
Otro científico que defendía vigorosamente el modelo heliocéntrico fue Galileo Galilei. A través del uso de instrumentos ópticos en las observaciones astronómicas, Galileo consiguió fuertes evidencias que probaban como correcto el modelo copernicano. Una de las pruebas más plausibles de la época fue el descubrimiento de las lunas de Júpiter. Si había cuerpos que giraban en torno a un planeta, la Tierra no podría ser el centro del Universo.
Sería un joven astrónomo, Johannes Kepler, quien determinaría, de forma definitiva, cómo los planetas se mueven alrededor del Sol. Kepler fue discípulo y asistente del astrónomo Tycho Brahe. Kepler heredó los registros de las precisas observaciones dejadas por su maestro. A partir de tales registros, y después de un trabajoso y largo estudio, Kepler pudo enunciar las tres leyes que describen el movimiento del sistema planetario. Esas leyes son llamadas de Leyes de Kepler.