Los grifos están presentes en varias mitologías de la antigüedad, formando parte de los monstruos que generalmente estaban compuestos por seres con partes de varios animales. Estas criaturas sembraron el terror, tenían una inmensa fuerza y descomunal ferocidad y, en varias ocasiones, enfrentaron sin apabullamiento a los seres humanos.
Seres alados, los grifos estaban formados por un cuerpo de un león con cabeza de águila y un torso cubierto de piernas, además de enormes garras. Hacían nidos como otras aves, sin embargo la materia prima de los nidos fue el oro. Otra diferencia era que no depositaban sus huevos en esos nidos, sino ágatas, un tipo de cuarzo utilizado como piedra preciosa en la fabricación de joyas.
Estas características habría estimulado la codicia de los cazadores furtivos, que vigilaban a los grifos con el intento de encontrar lo que consideraron como tesoros. Sin embargo, los grifos siempre buscaron confundir a esos cazadores, manteniéndolos a distancia de estos lugares.
Los grifos también eran conocidos en el Medio Oriente, y en algunos casos su origen fue conectado a Persia. En este caso, estaban relacionadas con el zoroastrismo y a los magos sacerdotales de esa religión, siendo el símbolo más común asociado a los magos. El hecho de ser seres alados los remitía a una conexión celestial, ya su cuerpo de león los unía a asuntos terrenales. Esta situación proporcionaba una correspondencia con los magos, pues estos eran considerados el símbolo de las sabidurías celestiales y terrenales, generando un sincretismo entre los poderes sobrenaturales y mundanos.
Incluso en Grecia, los grifos fueron tratados como guardianes protectores. En el caso de Dioniso, los grifos protegían sus reservas de vino. Fueron utilizados por Apolo para proteger sus tesoros en la tierra de los hiperbóreos, en Escitia.
En el mundo real, los grifos son buitres, encontrados en el sur de Europa, en el Asia Occidental y también en África.