En ocasiones los fundamentos escogidos no tienen indicado su valor último, en la convicción de que tal determinación es imposible. Esa filosofía ética iguala la satisfacción en la vida con prudencia, placer o poder, sin embargo se deduce ante todo de la creencia de la doctrina ética de la realización natural humana como el bien último.
Una persona que carece de motivación para tener una preferencia puede resignarse a admitir todas las tradiciones y por ello puede elaborar una filosofía de la prudencia. Esa persona vive, así, de conformidad con la conducta moral de la época y de la sociedad.
El hedonismo es la filosofía que muestra que el bien más elevado es el placer. El hedonista tiene que sentenciar entre los placeres más duraderos y los placeres más intensos, si los placeres presentes tienen que ser negados en nombre de un bienestar global y si los placeres mentales son preferibles a los placeres físicos.
Una filosofía en la que el logro más elevado es el poder puede ser resultado de una competición. Como cada conquista tiende a aumentar el nivel de la competición, el final lógico de una filosofía semejante es un poder ilimitado o definitivo. Los que buscan el poder pueden no admitir las normas éticas indicadas por la tradición y, en cambio, conformar otras normas y regirse por otros criterios que les auxilien a conseguir el triunfo. Pueden pretender persuadir a los demás de que son morales en el sentido aceptado del término, para enmascarar sus anhelos de conquistar poder y tener la recompensa habitual de la moralidad.