En el momento en que Platón vivió (siglo IV a.C), era muy común la idea de que el hombre conoce a partir de sus sentidos. Sin embargo, para muchos estudiosos de la época, el conocimiento no sólo comienza sino que además no podía ir más allá de la sensibilidad. Es notable en este período, la máxima protagoriana: “El hombre es la medida de todas las cosas”. Esto equivale a decir que cada ser está tan solamente encerrado en sus representaciones subjetivas que o era imposible una verdad o que era imposible cualquier conocimiento.
Esta forma de pensar procede de la filosofía de Heráclito, para quien todo está en movimiento. Ahora bien, si Platón se pregunta si todo se está moviendo en el mismo momento que determina algo, esto ha cambiado, ya se transformó y, con eso, el conocimiento se vuelve imposible. De la misma manera, si solamente existen verdades subjetivas, particulares o relativas, la propia idea de verdad no existe absolutamente, lo que imposibilita el error y, por tanto, el conocimiento.
Para superar esta noción de la realidad transitoria, Platón debe demostrar cómo nuestros sentidos nos pueden engañar y, por lo tanto, debe buscar en otra parte de la base de conocimiento. Este “lugar” es el alma.
Platón piensa que es la inteligencia la permite garantizar la estabilidad de los seres sensibles (capaces de sentir). Esto significa que la fugacidad de manifiesto en las cosas sensibles no puede dar razón de sí y para sí. Por lo tanto debemos tratar de comprender que todo conocimiento proviene del razonamiento que llega a la forma de los objetos, forma esta que guarda consigo una misma identidad atemporal e indestructible.
El hombre, por tanto, tratar de ascender a lo inteligible del mundo sensible para tener un conocimiento real de los seres. Es necesario en primer lugar, dejar sus prejuicios, sus juicios anteriores, sus puntos de vista distorsionados por las opiniones irreflexivas y, a partir de ahí, comenzar a escalar rumbo a las Ideas.
Idea, según Platón, es un principio inteligible, que no se somete a la generación y la corrupción, siendo por lo tanto la base de conocimiento de las cosas. Pero el hombre sólo puede alcanzar las ideas a través de la razón de su pensamiento reflexivo y haciendo caso omiso de todas las peculiaridades físicas de los objetos estudiados, se puede intuir el determinante de todas las formas, dando estabilidad y facilitando el saber. Las ideas son puramente espirituales, no conteniendo materialidad alguna ni contacto con el mundo tangible. En realidad, esta tiene su forma de ser, de existir sólo por la participación en el mundo inteligible de las ideas. Lo inteligible transciende lo sensible y lo determina.
Por lo tanto, hemos nacido con los principios inteligibles que nos permiten conocer el mundo tangible. El hombre no debe dejarse fascinar por las sensaciones sino subordinarlas a la inteligencia con el fin de conocer la verdad de los seres y de sí mismo, dedicando su vida a la formación del espíritu.