Mirando el objeto representado en la imagen superior, ¿cómo lo clasificaríamos? ¿Se trata de un diamante o de un cristal? Ambos pueden hasta ser aparentemente parecidos, pero poseen propiedades completamente diferentes.
La formación del diamante le confiere brillo característico y, consecuentemente, un valor estimable en el mercado. Él es empleado en la fabricación de joyas preciosas y es reconocido mundialmente por su rara belleza.
Producir una piedra de diamante es un proceso minucioso y practicado sólo por especialistas. Consiste en cortarla en numerosas facetas y así limitar la superficie de la piedra, dándole la forma deseada. Un buen corte es aquel que confiere el máximo centelleo y de dispersión de la luz.
Entonces, surge la pregunta: ¿No es posible hacer lo mismo con el cristal? ¿Después de pasar por la producción, el vidrio también adquiere el brillo característico del diamante? Definitivamente no, una vez que el vidrio es desprovisto de índice de refracción como el del diamante. Él podría hasta ser cortado en numerosas facetas, pero no pasaría de un vidrio con mayor brillo que los otros.
Se entiende por índice de refracción la capacidad que el objeto posee de dispersar la luz.