Con la Revolución Industrial aumentó la concentración de los trabajadores en los centros urbanos, que viven en la pobreza, recibiendo salarios muy bajos. A partir de esta crisis, los pensadores fueron estimulados a buscar la reforma social, una manera de reorganizar la sociedad sin desigualdades.
La utopía igualitaria ha estado presente en todas partes, desde el cristianismo primitivo, pasando por los puritanos de la Revolución Inglesa del siglo XVII, a las luchas por mejores salarios para los obreros de las primeras fábricas europeas en los siglos XVIII y XIX. Estas luchas, además, marcaron el surgimiento de un nuevo sistema, inicialmente en Europa occidental: el capitalismo, con dos nuevas clases: la burguesía –propietaria de los medios de producción y detentora del capital –y el proletariado –responsable de la operación de la maquinaria que vende su fuerza de trabajo (física o mental). Y, a diferencia de otras clases marginadas de la historia, este proletariado tiene el poder para detener la producción, cruzando los brazos en huelga.
La aparición del proletariado trajo nuevas ideologías dirigidas a la redención de la clase, como el anarquismo y el socialismo. Los socialistas desarrollaron varias teorías sobre cómo llegar al poder a través de los movimientos populares. Había dos teóricos alemanes, Karl Marx y Friedrich Engels, quienes formularon una propuesta más completa del socialismo en el siglo XIX.
Para Marx, el proletariado aparecía como la única clase capaz de destruir de una vez y para siempre la explotación del hombre por el hombre, para destruir el capitalismo, que llegó al poder por medio de la revolución. En el poder, los trabajadores se encargarían de eliminar las diferencias sociales, lo que marcaría la transición del socialismo al comunismo.