El sistema respiratorio consta de un par de pulmones y a través de varios ductos a través de los cuales circula el aire, como las cavidades nasales, boca, faringe, laringe, tráquea, bronquios y bronquiolos.
Al mismo tiempo obtienen inspiración desde el aire, entrando a través de las narinas llegando hasta las fosas nasales. Estas cavidades están recubiertas por una capa de células que protegen y producen un moco que fluye continuamente hacia la garganta donde es engullido junto a la saliva. Ese moco producido por esas células humedece las vías respiratorias, además de funcionar como un filtro que retiene partículas sólidas y bacterias que se encuentran suspendidas en el aire. Todavía en las cavidades nasales hay células especializadas en la percepción de olores.
Después de pasar a través de las cavidades nasales, el aire llega a la faringe, un canal común para el tubo digestivo y sistema respiratorio; y poco después a la laringe, un ducto protegido por piezas cartilaginosas donde encontramos las cuerdas vocales. Luego, en la entrada de la laringe se encuentra una estructura conocida como la epiglotis, que funciona como una válvula, impidiendo que las sustancias engullidas penetren en las vías respiratorias, provocando atragantamiento. Luego, debajo de la laringe encontramos la tráquea, un tubo con 10 centímetros de largo con paredes reforzadas por anillos cartilaginosos, cuya función es mantener la tráquea siempre abierta.
La tráquea se divide en dos tubos llamados bronquios, también protegidos por anillos cartilaginosos. Los bronquios se ramifican en el interior de los pulmones, volviéndose cada vez más finos, siendo llamados entonces de bronquiolos; y en la extremidad de cada bronquiolo encontramos pequeñas bolsas llamadas de alveolos pulmonares. Tráquea, bronquios y bronquiolos son revestidos por un epitelio ciliado que es rico en células productoras de moco que adhieren partículas de polvo y bacterias que se encuentran presentes en el aire que respiramos. Todas esas impurezas son barridas a través del movimiento de los cilios para la faringe, donde son engullidas y enviadas al tubo digestivo, para ser digeridas y eliminadas.
Los pulmones son estructuras esponjosas de 25 cm de altura y pesan alrededor de 700 gramos. Situados en la caja torácica, los pulmones están recubiertos por una doble membrana llamada pleura. Dentro de los pulmones se encuentran dispuestos unos 600 millones de alvéolos (que son pequeñas bolsas con paredes muy delgadas), rodeados por una red de capilares. Es a través de esta red de capilares que se produce el proceso de hematosis en que el gas oxígeno presente en los alveolos se difunde para los capilares sanguíneos, penetrando en los hematíes.
El aire en los pulmones se renueva continuamente; así que siempre hay gas oxígeno en los capilares sanguíneos que recubren los alvéolos. Esta constante renovación de aire se denomina ventilación pulmonar y depende la acción de los músculos intercostales, que conectan las costillas una con la otra; y el diafragma, una membrana muy resistente que separa la cavidad torácica de la cavidad abdominal.
Cuando respiramos el aire en el proceso de inspiración, ocurre la contracción de los músculos del diafragma y los músculos intercostales, siendo que el diafragma baja y las costillas suben, aumentando, de esa forma, el volumen de la caja torácica y forzando al aire entrar en los pulmones. Cuando expiramos el aire, en el proceso de expiración, la musculatura del diafragma y los músculos intercostales se relajan, disminuyendo el volumen de la caja torácica y forzando el aire a salir de los pulmones.