El pueblo hebreo era originalmente nómada y se hizo sedentario en Palestina, tierra poco fértil, con manantial insuficientes para el riego. Esta situación trajo dificultades a la vida de ese pueblo, pero ese lugar era estratégico, es decir, de transición para otras regiones como África y Asia y, por eso, era muy codiciado.
La región de Palestina, como todas las otras tierras de la región de la Creciente Fértil, fue un foco de atención para las tribus semitas del desierto. La región era limitada por Siria al norte, por el desierto del Sinaí hacia el sur, por el Mediterráneo al oeste y por el desierto de Arabia al este – era entonces menos fértil que Egipto o Mesopotamia.
El río Jordán no representó un papel tan importante para su economía como el río Nilo en relación a Egipto o el Tigris y el Éufrates en relación a Mesopotamia. El río corría entre dos terrazas altas, después de formar el lago Merón y lago de Tiberiades o mar de Galilea y el mar Muerto, cuya salinidad excesiva impide la vida vegetal o animal – de ahí su nombre.
Parece, sin embargo, que la región era mucho más fértil de lo que resulta hoy, pues tanto los estudios arqueológicos como las narraciones bíblicas nos hacen entender Palestina como una región con abundancia, donde era común el trigo, la cebada, la vid, la oliva y la higuera.
Los primeros semitas atraídos por la región de Jordán fueron los cananeos (personas procedentes de Canaán), que se asentaron aproximadamente en el tercer milenio antes de Cristo. Sin embargo, los hebreos procedentes del sur de Caldea dominaron la región estableciendo su hegemonía, bajo la base patriarcal de la vida seminómada.
La sociedad erigida por el pueblo hebreo no era tan grande como las de los egipcios y los mesopotámicos, pero sin duda influyó profundamente el universo cultural que hoy conforma el mundo occidental.