Los cambios legislativos aplicados en relación al consumo de alcohol pretenden prevenir el acceso del mismo a los más jóvenes. Las nuevas normativas prohíben la venta y consumo de cualquier bebida alcohólica a menores de 18 años, a excepción de la cerveza y del vino que, en algunos países, pueden ser vendidos y consumidos a partir de los 16 años. Los infractores de tales medidas incurren en sanciones graves.
El consumo irresponsable de bebidas alcohólicas es perjudicial al ser humano, con consecuencias de alcance tanto a nivel personal como social. España es, por tradición, un país con una buena producción de vinos, pero ello no implica tener que ser consumidores exagerados. El consumo moderado de bebidas alcohólicas por parte de los adultos, como acompañamiento de las dos principales comidas del día – almuerzo y cena – es agradable e incluso beneficioso por proporcionar bienestar y contribuir a mejorar la sociabilidad.
En cuanto a los jóvenes, los grupos de edad menores de 18 años, la situación tiene que ser vista de otra manera, porque ellos nunca deben ingerir alcohol, no importando su cantidad, puesto que todavía se encuentran bajo desarrollo crítico.
Además de los efectos especificados a continuación, el consumo sin control de bebidas alcohólicas conduce a la falta de control y predisposición al alcoholismo. Los daños del consumo habitual u ocasional por parte de los jóvenes, son variados y poco alentadores, pues el alcohol:
- Destruye las células del sistema nervioso de cualquier individuo en formación.
- Obstaculiza, retrasa o evita que el proceso de desarrollo y maduración de diversos órganos.
- Disminuye la capacidad de la formación de las defensas del sistema inmunitario.
- Se compromete definitivamente el potencial de los jóvenes, haciéndolos físicamente más frágiles en edad adulto. Intelectualmente son menos capaces y más inestables.
La legislación por sí misma no resuelve el problema, pero demuestra, por el hecho de existir, la preocupación vigente acerca del consumo de bebidas alcohólicas en edad juvenil a nivel social.
Si a la par de esta ley se invirtiera en educación alimentaria y en la consecuente prevención de este mal hábito, los resultados serían más positivos. Para ello es necesario el compromiso real de la sociedad civil en general y de su actuación en comunidades específicas y particulares, como por ejemplo, la escuela, cuyos miembros deberán ser responsables por campañas atrayentes y bien coordinadas, capaces de transmitir un mensaje claro a su público objetivo. La educación es una tarea pendiente, pero antes, comienza en el hogar de cada uno, desde temprana edad.
La mayoría de los jóvenes justifica su consumo de bebidas alcohólicas con la necesidad de desinhibirse, sentirse incluidos en el grupo social y reafirmarse como más maduros. Jóvenes autosuficientes, con objetivos y capaces de establecer relaciones interpersonales saludables no tienen la necesidad de recurrir a sustancias que los perjudican, como es el caso del alcohol.