Durante muchos siglos, el trabajo del parto era el último gran misterio que marcaría el proceso de gestación de una mujer. Desde el inicio del embarazo, tanto la futura madre como su familia esperaban para que el trabajo de parto pudiera transcurrir del mejor modo posible. En el caso contrario, el nacimiento del bebé podría plantear un serio problema tanto para la gestante como para la nueva vida que estaba por venir.
Durante mucho tiempo, la situación del parto se resolvió de manera casera con la actuación de las mujeres de la casa ayudadas por una partera con mayor experiencia. En casos más difíciles, la falta de equipo técnico y el bajo desarrollo de medicamentos hacían que el nacimiento fuese un terrible factor de riesgo. De esta manera, pasaron muchas décadas hasta que los estudios médicos desarrollasen alternativas más seguras para los nacimientos más complicados.
A finales del siglo XVI, Peter Chamberlen inventó el primer fórceps utilizó por primera vez en la eliminación de los recién nacidos. En los primeros procedimientos, el artilugio era acoplado a la cabeza del niño y se empujaba hasta retirarlo completamente de la madre. Cuando se realizaba la expulsión de un bebe fallecido, algunos médicos utilizaban una craneotomía, un terrible procedimiento médico donde se realizaba la perforación del cráneo fetal hasta que la extracción llegase a término.
En el siglo XX, los partos atravesaron una nueva revolución cuando las técnicas de la cesárea avanzaron significativamente. La aplicación de la anestesia, los nuevos procedimientos de esterilización y el uso de pequeñas incisiones posibilitaron que partos –antes considerados fatales –fuesen ejecutados con éxito. Sin embargo, en medio de tantos beneficios, existen errores históricos y culturales cuando nos referimos a esa forma de nacimiento.
El error histórico es creer que la cesárea fue creada gracias al famoso dictador romano Julio César, que nació de esta manera. En la antigua Roma, la incisión en el vientre de la mujer sólo sucedió cuando ya había muerto, o cuando de los dos resistía a las complicaciones del parto. En el caso de Julio César, muchos registros indican que su madre, Aurelia, vivió después de dar a luz a su hijo ilustre. Por lo tanto, era imposible que ella hubiera tenido realmente un parto por cesárea.
Desde un punto de vista cultural, vemos que la popularidad de la cesárea en los últimos cuarenta años ha marginado a otras formas de parto más seguras y sanas. El miedo al dolor o no resistir al trabajo de parto hizo que diversas mujeres y médicos transformasen ese proceso natural en un simple proceso técnico. En los últimos años, la investigación indica que la opción para el parto vaginal reduce el riesgo de una serie de complicaciones y produce un impacto psicológico positivo en la madre y el niño.
Con esto podemos ver que el proceso de modernización de los procedimientos médicos no implica necesariamente controlar los intensos procesos fisiológicos naturales que intervienen en esta situación. No por casualidad, vemos que muchos de los programas de salud pública ya fomentan la participación de las parteras tradicionales, quienes por siglos han jugado un papel clave para la vida de muchos para ganar el mundo. Finalmente, la sección de cesárea no puede considerarse como un mero avance irrefutable de la medicina.