Las fosas nasales son los órganos responsables de la captura de los olores. En los seres humanos, podemos encontrar en la región superior de las fosas nasales el epitelio olfativo, que es formado por células especializadas (quimiorreceptores del olfato) dotadas de prolongamiento muy sensibles (cilios olfatorios). Esos cilios son encontrados sumergidos en la capa de moco que reviste las fosas nasales.
Al respirar, miles de moléculas son llevadas hasta nuestras fosas nasales. Allí ellas se difunden en el moco, alcanzando los prolongamientos sensoriales. Al llegar a esos prolongamientos, impulsos nerviosos son generados y transmitidos hasta el cuerpo celular de la célula olfativa, donde serán transmitidos sus axones que se comunican con el bulbo olfativo, haciendo que nuestro cerebro los interprete y nos confiera la sensación de olor. Los especialistas consideran que en nuestras fosas nasales existen millares de receptores olfativos diferentes, cada uno codificado por un gen y capaz de diferenciar olores diferentes.
Los cornetes nasales, también llamados como conchas nasales, se encuentran en nuestras narinas. En los cornetes encontramos glándulas responsables por la producción de moco. En ellas ocurre también la humidificación y el filtrado del aire que respiramos y que llega a nuestros pulmones. En caso de ocurrir cualquier tipo de alteración en nuestras narinas, como sinusitis, resfriados, rinitis, entre otros, esas estructuras se hinchan y dificultan el paso del aire. Ese hinchamiento es una forma del organismo para defenderse de agentes externos. Otro tipo de defensa de nuestro organismo, cuando hay algún microorganismo extraño, es a través de estornudos y secreciones nasales.
El sabor de los alimentos no es dado solamente por nuestro paladar, sino también por nuestro olfato, que responde a las sustancias presentes en el vapor de los alimentos. Aunque los receptores del paladar y del olfato sean totalmente diferentes y sus estímulos sean interpretados en regiones diferentes de nuestro cerebro, los dos sentidos actúan en conjunto para producción la sensación del gusto. Cuando ingerimos algún alimento, él libera moléculas de olor que son captadas por las células olfativas. De esa forma, conseguimos percibir la combinación de sabores y aromas. Eso explica por qué no sentimos definidamente el gusto de los alimentos cuando estamos resfriados.