A lo largo del Imperio Nuevo las artes decorativas, al igual que la pintura y la escultura, alcanzan las más elevadas cotas de perfección y belleza. Los objetos de uso cotidiano empleados por la corte real y la nobleza fueron exquisitamente diseñados y preparados con gran destreza técnica. No hay mejor ejemplo para ilustrar esta aseveración que el ajuar funerario de la tumba (descubierto en 1922) de Tut Anj Amón, donde con ricos materiales —ensalzastro, ébano, oro, marfil y piedras semipreciosas— se desarrollaron múltiples objetos de consumada habilidad artística.
La cerámica del Imperio Nuevo ofrece además este mismo gusto decorativo, con sus superficies asiduamente pintadas con motivos vegetales. En esta fase se produce el apogeo del vidrio, técnica en la que los artesanos exhibieron una gran extravaganza. En general, y a tenor de los restos preservados, se puede decir que los egipcios de esta fase encontraron un específico deleite en la riqueza ornamental y en los vivos colores de las pinturas y artes decorativas.
