A diferencia de los primeros movimientos protestantes que se han apoderado de Europa en el siglo XVI, el anglicanismo se presentó alrededor de cuestiones que involucran directamente a los intereses de la monarquía británica. La monarquía Tudor, que en ese momento controló el trono inglés, buscó maneras de fortalecer la autoridad real contra la fuerte influencia de autoridades eclesiásticas. Tal disputa se apoya principalmente en el hecho de que la iglesia tiene en su poder una gran extensión de tierras bajo su control.
En Inglaterra, el rey Enrique VIII (1491-1547) fue de gran importancia en la consolidación de la reforma religiosa. Enrique VIII y la iglesia ya tenían una relación poco armoniosa cuando, en 1527, el rey inglés exigió que el Papa anulase su matrimonio con la reina española Catalina de Aragón. Enrique VIII alegó que su esposa no tenía condiciones para ofrecer un heredero sano y fuerte para dar continuidad a su dinastía.
El Papa Clemente VII decidió no atender a las súplicas del monarca británico. Eso porque el tío de Catarina de Aragón, el rey Carlos V, estaba ayudando a la Iglesia contra el avance de los luteranos en el Sacro Imperio Romano Germánico. Inconformado con la indiferencia papal, Enrique VIII obligó el Parlamento británico, a votar una serie de leyes que colocaban la Iglesia bajo el control de Estado. En el año 1534, el llamado Acto de Supremacía planteó la formación de la Iglesia Anglicana.
Conforme a los dictados de la nueva iglesia, el rey de Inglaterra tendría el poder de nombrar los cargos eclesiásticos y sería considerado al principal representante religioso. De esta nueva medida, Enrique VIII se casó con la joven Ana Bolena. Además, se efectuó la expropiación y venta de feudos pertenecientes a los clérigos católicos. Esta medida provocó que los nobles, los campesinos y la burguesía mercantil pasaran a ejercer una mayor influencia política.
En el gobierno de Isabel I (1533-1603), nuevas medidas han sido adoptadas para reafirmar el poder de la Iglesia Anglicana. Algunos de los rasgos del protestantismo se incorporaron a una jerarquía y una tradición litúrgica todavía muy próxima a la del catolicismo. Esa medida pretendía minimizar la posibilidad de un conflicto religioso que desestabilizase la sociedad británica. En su gobierno fue firmado el Segundo Acto de Supremacía, que reafirmó la autonomía religiosa de Inglaterra frente a la Iglesia Católica.