La dialéctica es el movimiento que las ideas pueden hacerlo a través de la reflexión que el hombre produce sobre el mundo y todo el conocimiento acumulado. En un sentido simple, la dialéctica aprecia el arte del diálogo, donde las personas emplean el uso de sus facultades mentales para discutir las perspectivas sobre un mismo tema, sea cual sea la materia.
Desde el punto de vista filosófico, el reconocimiento de la dialéctica se plantea como indispensable para nosotros para evaluar un concepto específico de la verdad. Al admitir la existencia de la dialéctica, no podemos concebir la idea de que una única o verdad o un mismo conjunto de verdades serán las responsables de la definición de alguna experiencia u objeto.
Al considerar la dialéctica como instrumento transformador de las verdades, terminamos por ver la naturaleza histórica que el conocimiento del hombre acaba asumiendo. A través del diálogo y del intercambio de informaciones, las maneras de entender el mundo tienden a ganar formas variadas e imprevisibles. Además de eso, pasamos a ver la comprensión del mundo como algo mutable y no sujeto a un ápice o límite a ser alcanzado.
Uno de los debates más interesantes se llevó a cabo sobre la dialéctica entre los filósofos Hegel y Marx. En la visión del primero, la manera de relacionar con el mundo era construida a partir de una razón que determinaba los medios de ver y pensar la realidad. Como contrapartida, Marx asumía una postura opuesta al decir que en la relación con el mundo también encontramos formas de alterar nuestra manera de pensar.
De hecho, la dialéctica se plantea como una forma reflexiva que permite al hombre escuchar y asimilar lo que sus interlocutores tienen que decir. Determina el reconocimiento constante de las innovaciones y las contradicciones que promueven, por lo tanto, es una clara manifestación de la dialéctica. Sin el uso de la misma, el hombre está condenado a encerrar en una condición no relacionada con el mundo que siempre se plantea: la transformación.