La interacción madre-hijo, desde los primeros momentos de la vida, es la forma más perfecta de jugar. Desde entonces el rostro de la madre ejerce una fascinación especial sobre el bebé. En su regazo o al mamar, el bebé fija interesadamente los ojos, el pestañear y los movimientos en los labios de la madre.
Es incluso capaz de imitar sus expresiones. Desde muy temprana edad, distingue objetos en movimiento. Así, el sonajero móvil y la caja de música son juguetes que le dan satisfacción en los primeros meses de vida. Tumbado, el bebé va descubriendo su propio cuerpo. Juega con las manos, las entrelaza, las levanta; es capaz de mirar y llevarlas a la boca. Cerca de los 3 meses, comienza a moverse, a sacudir el sonajero, produciendo un sonido que le agrada. Aprende a mover la mano para obtener el sonido.
Poco después comienza a tocar sus ropas, sus cabellos, la nariz y las manos en la boca de la madre, como si fuese un prolongamiento de la suya. Va así descubriendo el cuerpo de su madre. Sus movimientos comienzan a ser progresivamente más amplios y controlados. El suelo se convierte en un sitio ideal para permanecer. Colocado sobre una manta, el bebé tendrá una mayor libertad de motricidad, podrá experimentar, descubrir ese pequeño universo ante sus ojos que para un adulto son apenas algunos metros.
Es importante colocar junto al bebé algunos juguetes, variados, pero no demasiados al mismo tiempo. Él comienza por explorar los objetos llevándolos a la boca. Mientras, tumbado, comienza a levantar los pies, consigue observarlos y descubrirlos, comenzando a jugar con ellos. A los 6-7 meses de edad comienza a sentarse. Su relación con los juguetes y el mundo que le rodea ha cambiado. A partir de los 8-9 meses está cada vez más interesada en todo lo que la rodea, no solo por los juguetes que están a su alcance, sino también por los juguetes colocados más lejos, que le sirven de estímulo para gatear. Comienza a experimentar la noción de distancia, inicia la exploración y la conquista del espacio.
La disponibilidad, la interacción afectiva de los padres, así como sus estímulos positivos, son esenciales para promover las habilidades del niño. Es a través de estos estímulos y juegos, que debería ocurrir naturalmente el desarrollo del bebé. A los 9-10 meses llega a fase de las pequeñas gracias, las palmadas y otros pequeños divertimentos que son importantes para el desarrollo del niño. La madre refuerza y anticipa nuevas habilidades. La madre da un objeto al niño y le pide lo que ella tiene, debiendo sujetarlo por instantes, admirarlo y devolverlo. Con este juego de interacción, el niño aprender a confiar y a saber dar. Otro juego divertido e importante para esta edad es el «cucu». El niño se divierte si percibe que la madre desaparece pero vuelve a aparecer. Este tipo de divertimentos son importantes para el desarrollo y ayudan a ser capaz de separarse de la madre con menos sufrimiento y proseguir en la adquisición de nuevas habilidades.
Y de repente, el niño comienza a tirar todo al suelo. No, no es porque sea malo. Este juego le da una enorme satisfacción. Disfruta viendo y escuchando a los objetos caer, rodando, alejarse, parar o desaparecer. Importa que los juguetes sean irrompibles. Más tarde va a tirar intencionalmente los objetos para lejos (por ejemplo: la pelota), siguiendo intencionalmente su trayectoria, yendo después a buscarla (aprendiendo a calcular distancias, medir esfuerzos). El adulto debe participar en el juego estimulando al niño, sin anticiparse a agarrar el objeto ni limitándole el poder de iniciativa.
Alrededor de 1 año de edad el niño prefiere objetos de uso casero, pinzas de tender ropa, tapas de olla, cucharas de madera, cajas de plástico. Cuando inicia a dar los primeros pasos de su vida, mira hacia atrás, se asegura de la presencia del padre y la madre, necesita de ánimos y de seguridad de saber que puede seguir continuando su camino.
Es a través de bromas y juegos similares que el niño está descubriendo el mundo y su funcionamiento. Aunque todavía sea pequeño y tenga un largo camino por aprender.