La juventud temprana y, sobre todo, la adolescencia es una época marcada por profundos cambios: llueve, nieva y sale el sol casi en forma simultánea. Eventos contradictorios e incontrolables se atropellan entre sí sin que sea posible atribuirles sentido. El cuerpo cambia, la familia deja de ser el espacio donde se encuentra todo el sentido y los amigos van ganando terreno. Nada es cierto, ni definitivo, todo es nuevo. ¿Qué hacer con un cuerpo que de repente se siente? ¿Con los padres que ven el abandono del nido como una traición? ¿Con el antiguo ‘yo’ que en un mar tranquilo llevaba el barco siempre al lugar correcto?
El ruido causado por tantas preguntas hace progresivamente instalar un dolor tal que para algunos, y solamente algunos, se puede convertir en un sufrimiento insoportable. No hablamos de tristeza, ni de luto sino de depresión. La depresión puede surgir de acontecimientos de la vida marcados por el elevado estrés que agita profundamente al individuo, pero puede también surgir sin motivos exteriores aparentes, como resultado de una predisposición genética.
Síntomas de la depresión juvenil
Los síntomas de la depresión se caracterizan por una pérdida de interés, por la incapacidad de sentir placer, la disminución de la actividad debido a la falta de energía y una fatiga profunda. A menudo, los trastornos graves presentan disturbios de memoria y concentración, baja autoestima y poca autoconfianza, sentimientos de culpa e inutilidad. El futuro es visto de una forma extremadamente pesimista, surgiendo la idea de la muerte. En algunas depresiones surge insomnio, reducción del apetito y mejoría del apetito, al paso que en otras se verifica un aumento del apetito, de las horas del sueño y agravamiento del temperamento en la segunda mitad del día.
La gravedad de la depresión depende de la cantidad e intensidad de los síntomas característicos. Muchas veces, este estado de profunda tristeza alterna con el estado de la manía. En el estado maníaco la persona se siente eufórica, trabaja mucho, llega a ser hiperactiva y necesita un par de horas de sueño para completar su día. Este disturbio se llama depresión maníaca.
Ante un cuadro así ¿qué hacer?
En primer lugar es importante tener en cuenta que solo no se podrá resolver el problema y que deberá buscar apoyo múltiples y, en niveles mayores e inconciliables con la vida normal la ayuda de un psiquiatra. La depresión resulta de un desequilibrio biológico, que solamente podrá ser resuelto con la ayuda de medicamentos, no tratándose de una cuestión de fuerza de voluntad, sino de un disturbio físico. El apoyo de un psicólogo se sugiere tras la intervención psiquiátrica, una vez que la psicoterapia tiene que ser acompañada de fármacos. Lo ideal es conjugar ambas estrategias.
Organice de una vez todos los preconceptos que todavía puedan persistir en torno a las enfermedades psíquicas. Estos prejuicios culturales y sociales solamente han contribuido para dificultar el diagnóstico y tratamiento de estas enfermedades. ¿Por qué continuando aceptando tan bien la insuficiencia de insulina o adrenalina y existen tantas dificultades en aceptar perturbaciones a nivel de serotonina, sustancia neurotransmisora que se sabe ligada al humor?
Trate de no ayudar a una persona con depresión pidiéndole tener fuerza de voluntad o solicitando que busque distracciones o comparándolo a otros sufrimientos pasajeros. Este tipo de comentarios solamente servirá para aumentar todavía más la culpa y los sentimientos negativos ya existentes.
Quien lidia con enfermos depresivos debe tener siempre presente el riesgo de suicidio, una vez que la tasa de enfermos depresivos es del 15% (OMS, 2001). El riesgo de suicidio sólo puede ser mitigado con el tratamiento adecuado.
El aislamiento es siempre la peor opción, compartir el sufrimiento y siempre buscar la ayuda de uno o varios especialistas.