La traslación de las cualidades antropomórficas de los dioses griegos a la religión romana y, tal vez aún más, el predominio de la filosofía griega entre los romanos cultos, produjo su desinterés cada vez mayor por los antiguos ritos, hasta tal punto que en el siglo I a.C. los oficios sacerdotales antiguos prácticamente desaparecieron. Muchos hombres cuya naturaleza patricia los habilitaba para estas labores no creían en los ritos, y si los practicaban era por interés político, y la masa del pueblo inculto fue consintiendo cada vez más los ritos extranjeros. Mismo así, los puestos de pontífice y de augur siguieron siendo puestos políticos deseados.
El emperador Augusto promovió una completa reforma y restauración del antiguo método, y él mismo llegó a ser miembro de todas las órdenes sacerdotales. A pesar de que los primeros rituales habían tenido poca relación con la moralidad —entendida como una relación práctica con poderes escondidos en la que los individuos servían a los dioses y obtenían a cambio seguridad—, sí produjeron una disciplina piadosa y religiosa y, por consiguiente, Augusto los consideró una salvaguarda contra cualquier desorden interno. A lo largo de este periodo, la leyenda de la fundación de Roma por el héroe troyano Eneas ganó una gran fuerza gracias a la publicación de la Eneida por Virgilio.
A pesar de las reformas instituidas por Augusto, la religión romana en el Imperio tendió cada vez más a centrarse en la Casa imperial y, por lo cual, los emperadores fueron divinizados más tarde de su fallecimiento. Esta divinización había empezado incluso antes del establecimiento del imperio con Julio César. Los emperadores Augusto, Claudio, Vespasiano y Tito igualmente fueron divinizados y, más tarde del reinado (96-98 d.C.) de Marco Coceyo Nerva, muy pocos emperadores no obtuvieron esa distinción.
A lo largo del Imperio se hicieron conocidos y se extendieron mucho muchos cultos extranjeros, tales como el de la diosa egipcia Isis y el del dios persa Mitra, que en algunos aspectos era parecido al cristianismo. A pesar de las persecuciones que se extendieron desde el reinado de Nerón hasta el de Diocleciano, el cristianismo fue logrando nuevos seguidores y se transformó en una religión oficialmente soportada en Roma bajo Constantino el Grande, quien gobernó como exclusivo emperador desde 324 hasta 337. Todos los cultos paganos se prohibieron en 392 por un edicto del emperador Teodosio I.