La contaminación atmosférica se caracteriza fundamentalmente por la presencia de gases tóxicos y partículas en el aire sólidas. Las principales causas de este fenómeno son la eliminación de residuos para ciertos tipos de industrias (acero, petroquímica, cemento…), la quema de carbón y petróleo en las centrales eléctricas, los automóviles y los sistemas de calefacción.
La contaminación del aire en los pulmones, provoca la aparición de diversas enfermedades, especialmente de las vías respiratorias, como la bronquitis crónica, el asma e incluso el cáncer de pulmón. Estos efectos también son producidos por el consumo de tabaco.
En los grandes centros urbanos, la contaminación del aire llega a alcanzar niveles críticos, ya sea por falta de viento o bien por inversiones térmicas.
Hay ejemplos famosos de casos en que los niveles críticos fueron ultrapasados. En 1948, la ciudad de Donora, cerca de Pittsburg (Estados Unidos) sufrió un nivel de contaminación de aire tan grande que causó cientos de muertos y obligó a algunas fábricas a permanecer varios días paralizadas. En 1952, Londres vivió su peor momento de contaminación del aire. En consecuencia de ese fenómeno murieron cerca de 4000 personas.
La mayor parte de los países capitalistas desarrollados ya tienen una estricta normativa anti-contaminación, que requiere ciertas fábricas con equipo especial (filtros, tratamiento de residuos…) o utilizar procesos menos contaminantes. En estos países también es intenso el control sobre el carbón para la calefacción doméstica, la escarpa del coche, etc. Tales procedimientos alcanzan resultados significativos, aunque no eliminan por completo el problema de la contaminación del aire.
Se estima que la contaminación del aire ha provocado un aumento en el nivel de dióxido de carbono en la atmósfera, que se habría incrementado en un 14% entre 1830 y 1930. Hoy en día, este aumento es de aproximadamente 0,3% por año. La deforestación contribuye en gran medida a ello, ya que la quema de los bosques genera grandes cantidades de dióxido de carbono. Como el dióxido de carbono tiene la propiedad de absorción de calor, por el llamado efecto estufa, un aumento de proporción de ese gas en la atmósfera puede provocar un calentamiento de la superficie terrestre.
Basándose en este hecho, algunos científicos han establecido la siguiente hipótesis: con el aumento de la temperatura media de la superficie terrestre, que en el inicio del siglo XXI es 2ºC más alta, el hielo existente en las zonas polares irá derritiéndose a mayor velocidad. En consecuencia el nivel del mar subirá cerca de 60 metros inundando ciudades costeras en todo el mundo. Algunos investigadores piensan que el proceso se inició en la década de 1980. La temporada de verano en Europa y América ha sido cada año más caliente y algunas mediciones constataron un aumento pequeño del nivel del mar. Todavía ese hecho no es reconocido por todos los estudiosos de la materia. Otra importante consecuencia de la contaminación atmosférica es el surgimiento y la expansión de un agujero en la capa de ozono, que se localiza en la estratosfera – capa atmosférica situada entre 20 y 80 kilómetros de altitud.
El ozono es un gas que filtra los rayos ultravioleta del sol Si estos rayos llegan a la superficie de la Tierra con más intensidad podría causar quemaduras en la piel, que podrían incluso desencadenar cáncer. Los gases CFC –clorofluorocarbonos– contenido en ‘sprays’ de desodorante o insecticidas parecen ser los grandes responsables de la destrucción de la capa de ozono. Por suerte, esos daños fueron causados en la parte de la atmósfera situada encima de la Antártida. En los últimos años ese agujero en la capa de ozono ha ido expandiéndose constantemente.