El agua potable es el agua que puede ser consumida por personas y animales que no posee sustancias tóxicas sin riesgo de adquirir enfermedades por contaminación. Puede ser distribuida a la población urbana o rural sin el tratamiento previo dependiendo del origen del manantial. El tratamiento del agua pretende reducir la concentración de contaminantes hasta el punto de no presentar riesgos para la salud pública.
El agua de los manantiales y pozos, que contienen microorganismos y partículas sólidas en suspensión, recorre un camino en las estaciones de tratamiento hasta llegar limpia al hidrómetro.
En el primer paso del tratamiento, el agua permanece retenida; posteriormente, recibe sulfato de aluminio, cal y cloro. En la segunda etapa, el agua atraviesa los procesos de filtración. Para producir 33 metros cúbicos por segundo de agua tratada, se deben gastar aproximadamente 10 toneladas de color, 45 toneladas de sulfato de aluminio y más de 16 toneladas de cal por día.
En los hogares, el agua empieza su camino en el hidrómetro (un dispositivo que mide el volumen de agua consumida), entra en el tanque de agua y pasa a través de las tuberías y registros para alcanzar el lavabo, la ducha, el baño y todos los sistemas conectores.
Después de su uso (beber, cocinar, limpiar), el agua entra en las alcantarillas y en las tuberías que van a dar en la caja de inspección y en la salida de aguas residuales domésticas. El agua liberada de las casas e industrias deben ser bombeadas para una estación de tratamiento, donde los sólidos son separados del líquido –lo que disminuye la carga de contaminación y los daños para las aguas que van a recibirla.
El tratamiento de aguas residuales es ventajoso porque el lodo que queda se puede transformar en abono agrícola; el biogás resultante de este proceso es también utilizable como combustible.