La popular expresión de chivo expiatorio se relaciona con las antiguas tradiciones religiosas judaicas.
En muchas situaciones, sabemos que una persona inocente puede llegar a ser acusada y castigada por un hecho que no hizo o sobre el cual no tiene responsabilidad directa. Antes de que su inocencia sea probada, las personas repudian al supuesto culpable, se burlan y le insultan sin, ni siquiera, saber la verdad tras los hechos. En general, estas personas terminan siendo utilizadas como cabeza de turco.
El dicho popular, muchas veces utilizadas, no siempre merece una reflexión en el sentido original que explica su recurrente aplicación. Para entender sobre el origen del chivo expiatorio es necesario volver a las viejas tradiciones del mundo judío.
El llamado Día de la Expiación, que se encuentra en el libro bíblico de Levítico, los hebreos organizaron una serie de rituales que pretendía purificar a su nación. Para tanto, organizaban un acto religioso que contaba con la participación de dos cabras. En sorteo, una de las cabras era sacrificada junto a un toro y su sangre servía para marcar las paredes del templo.
Según esta tradición, la otra cabra era transformada en un chivo expiatorio y, por eso, tenía la función ritual de cargar todos los pecados de la comunidad. En ese instante, un sacerdote llevaba las manos hasta la cabeza del animal inocente para que él cargase simbólicamente los pecados de la población. Después de ese procedimiento, la cabra era abandonada en el desierto para que los males y la influencia de los demonios quedasen distanciados.
A lo largo de la historia percibimos que varias minorías y grupos marginalizados fueron usados como chivo expiatorio de varios infortunios y fracasos. En cierta medida, los judíos fueron irónicamente objeto de su propia tradición. Primero, al ser culpados por la Peste Negra en la Baja Edad Media y, mucho tiempo después, perseguidos por la Europa nazi a través de los movimientos antisemitas vigentes en el siglo XX.
