En el proceso de formación de las monarquías nacionales europeas, la prerrogativa de la centralización del poder político en manos de un solo monarca parece ser una regla común a todos los Estados que se formaron en ese momento. De hecho, el fortalecimiento de las monarquías nacionales marca el límite de la nobleza y los poderes eclesiásticos en favor del fortalecimiento de la autoridad real. Sin embargo, no podemos concluir que se trataba de una experiencia desarrollada por igual en todas las regiones de Europa.
Cuando apuntamos sobre la formación de la monarquía británica, se observa que la autoridad real luchó por establecerse. En el siglo XII, el auge de la dinastía de los Plantagenet, que tuvo como primer rey a Enrique II (1154 – 1189), fue fundamental para que las leyes de carácter nacional pudieran efectivamente legitimar la ampliación de los poderes reales. Entre otras cosas, esta dinastía fue la responsable del conjunto de leyes válidas en todo el territorio británico.
Sin embargo, la supremacía real dio sus primeras señales de desgaste en el reinado de Ricardo I (1189 – 1199), que se caracterizó por la participación del Estado en diversos conflictos militares contra Francia y participó activamente en la organización de la Tercera Cruzada (1189-1192). La larga ausencia de la autoridad real y los altos costos incurridos en las guerras en última instancia, aumentaron el descontento de los nobles sobre el Rey.
El conflicto entre la nobleza y la autoridad real ganó mayor impulso durante la administración de Juan I (1199-1216). Entre otras razones, podemos señalar que el rey Juan sin Tierra acabó políticamente desgastado por causa de su desarrollo en conflictos militares, el aumento de los impuestos sobre la población y el intento de forzar a impuestos sobre las propiedades eclesiásticas. Por lo tanto, los nobles organizaron un levantamiento que pondría en riesgo la autoridad real.
Para que no fuese depuesto de su cargo, el rey Juan I de Inglaterra aceptó las normas impuestas por la Carta Magna, un documento de 1215 que vendría a remodelar de nuevo el papel del rey. Entre otras disposiciones, la nueva ley, dijo que la corona británica no podía aumentar los impuestos o cambiar las leyes sin consultar al Gran Consejo, órgano que estaría integrado por representantes del clero y la nobleza. Además, ningún sujeto podía ser condenado a prisión sin antes pasar por un juicio.
Así podemos entender que, a lo largo de su historia, el Estado monárquico británico nunca se encaja en el molde del régimen absolutista. No por casualidad, sino por medio de dispositivos creados por la Carta Magna, fue que los miembros del Parlamento (sucesores del Gran Consejo) dieron lugar a la monarquía constitucional que beneficiaría al desarrollo de la Revolución Inglesa, acontecimiento histórico que supone la ruptura con el Antiguo Régimen de Europa.