El análisis de los muchos logros técnicos, alcanzados en la Revolución Industrial, no podía ser privado de los cambios sociales que ocurrieron durante este mismo período. Las empresas industriales perdieron todas sus funciones caseras con la adquisición de una nueva forma más automatizada. Las grandes asociaciones y la creciente participación del sector financiero en la producción industrial (fideicomisos, carteles, holdings) transformarían la forma de producir riqueza.
Junto con una intensificación de la explotación de mano de obra, de la urbanización incesante y sin planificación, de las epidemias provocadas por la acumulación de poblaciones en grandes ciudades sin suficiente infraestructura, se forjaban las mayores y más poderosas fábricas determinantes de un proceso irreversible. La riqueza de las industrias sería un legado adherido al capitalismo hasta la era moderna.
Las naciones, a su vez, trataron de asegurar mejores mercados para los proveedores de materias primas, impulsando el colonialismo afroasiático que dejaría marcas profundas en su población y su economía. Es decir, la Revolución Industrial no fue únicamente un cambio tecnológico. El avance tecnológico vino acompañado, desde los comienzos de la historia, de profundos cambios sociales y no siempre fueron positivos para el conjunto de la sociedad (por ejemplo: división de clases sociales).