Hace algún tiempo la humanidad fue sorprendida por una ola ecológica que tuvo como tema la devastación del medio ambiente. Tanto nuestra atmósfera, como ríos, lagos y mares, estaban condenados ante altos niveles de contaminantes liberados por los vehículos, industrias, viviendas, agricultura y otras actividades humanas. Sobre esa preocupación, surgieron las primeras iniciativas públicas y gubernamentales, especialmente por parte de las organizaciones no gubernamentales, todas comprometidas a favor de la naturaleza.
Pasaron unos cuantos años y resta una pregunta: ¿mereció todo el esfuerzo para remediar estos problemas ecológicos? Si no fueron todos, ¿al menos algunos fueron amenizados?
Hay informes que indican que en los últimos 15 años, la calidad del aire ha mejorado en algunas ciudades, como Los Angeles. Los niveles de nitrógeno e hidrocarburos no quemados, procedentes de vehículos, se redujeron.
Incluso la capa de ozono puede encontrarse recuperando gracias a la prohibición de los CFC (clorofluorocarbonos).
Una reducción en la aparición de la lluvia ácida representa que los índices de dióxido de azufre liberados por las industrias de energía también disminuyeron.
Ante una buena noticia, lo que no podemos hacer es acomodarnos. La lucha apenas comienza, y el resultado final depende sólo de nosotros.
