El jazz ahonda sus raíces en el eclecticismo musical de los afroamericanos. En esta tradición sobreviven huellas de la música del África occidental, de las formas musicales de la comunidad negra del Nuevo Mundo, de la música popular y clásica europea de los siglos XVIII y XIX y de maneras musicales conocidos ulteriores que han influido en la música negra o que son obras de compositores negros. Entre los aspectos africanos se hallan los estilos vocales, que destacan por una gran libertad de coloración vocal, la tradición de la improvisación, las pautas de cuestiona y respuesta, y la complejidad rítmica, tanto en la síncopa de líneas melódicas individuales como en los ritmos complejos que tocan los diferentes integrantes de una formación. Otras formas de música afroamericana son los cantos que seguían el trabajo, las nanas y, aunque ulteriores, los cánticos espirituales y los blues.
La música europea ha aportado estilos y formas específicas: himnos, marchas, valses, cuadrillas y otras músicas de baile, de teatro, y de ópera italiana, así como elementos teóricos —en especial la equilibrio—, un vocabulario de acordes y la relación con la forma musical.
Entre los elementos negros de la música popular que han sufragado al desarrollo del jazz se incluyen la música de banjo de los minstrel shows (derivados de la música de banjo de los prisioneros), los ritmos sincopados de influencia negra provenientes de la música latinoamericana (que se escuchaba en las ciudades sureñas de Estados Unidos), los estilos de pianola de los músicos de las tabernas del Medio Oeste, y las marchas e himnos estudiados por las bandas de metales de negros a finales del siglo XIX. En estos años apareció otro género que ejerció una poderosa influencia; se trataba del ragtime, música que combinaba muchos elementos, incluidos los ritmos sincopados (procedentes de la música de banjo y otras fuentes negras) y los contrastes armónicos y las pautas formales de las marchas europeas. A partir de 1910 el director de orquesta W. C. Handy tomó otra forma, el blues, y la llevó más allá de su tradición precedente —estrictamente oral—, con la publicación de sus interesantes blues. En las manos de los músicos de jazz, sus blues hallaron en la década de 1920 a quien sería quizá su mejor intérprete: la cantante Bessie Smith, que grabó muchos de ellos.
La fusión de estas múltiples influencias en el jazz resulta difícil de reformar, puesto que esto ocurrió antes de que el fonógrafo pudiera brindar testimonios fiables.