Orfebrería precolombina, arte de hacer objetos con metales preciosos, en el periodo previo a la presencia europea. Si bien hemos de indicar que el arte de trabajar los metales es ancestral y nace de manera independiente en todo el mundo, con técnicas muy afines por la propia naturaleza de la materia.
Para fundir metales primero se deben separar de los minerales donde se hallan (metalurgia), y seguidamente conocer su grado de fundición con el propósito de alearlos y moldearlos. Esto supone un conocimiento y control de las temperaturas a partir de otras tecnologías, tales como la cerámica, cuyo desarrollo permite trabajar con crisoles y moldes forzosamente refractarios. Pero existen técnicas para trabajar algunos metales en frío, esto es sin tener que recurrir al fundido, tal es el caso del martillado y templado, y son estos los primeros ensayos tecnológicos que el hombre practica en oro y cobre.
Los metales susceptibles de ser cambiados en objetos orfebres son: el oro, proveniente de ríos o bien extraído por división en crisol de otros metales, puede trabajarse en frío o bien por fundición a 1.063 ºC; la plata, cuyo valor en el mundo indígena es semejante, se usó en estado puro, y se obtenía en ríos o procedía de minas.
El caso precolombino no se distancia en cuanto a tecnología del resto del mundo, sin embargo sí en su cometido, ya que la práctica totalidad de la realización se destinaba a un uso artístico no funcional, frente a las innovaciones y mejoras en el resto de las actividades, tales como la agricultura, la minería y la pesca, entre otras.
Los primeros indicios de esta industria se sitúan en los Andes septentrionales: Colombia y Ecuador en torno al 1200 a.C., igualmente en Perú y norte de Chile se han encontrado evidencias de fundición de metales hacia el año 1000 a.C., mientras que en Mesoamérica se sitúa en el 900 a.C. Los metales escogidos para estos fines son oro, plata, ambos de relevancia semejante; el platino, en términos generales empleado en aleaciones de oro y plata, el cobre y el estaño; las aleaciones más frecuentes son el bronce y la tumbaga: oro y cobre con plata en ciertas ocasiones, ésta, por su bajo punto de fundición, supuso una mejoría en el finalizado de los objetos.
Existían desemejantes métodos de trabajar los metales. En frío, el martillado, practicado sobre yunque y con martillo de piedra. Con el fin de prevenir el resquebrajado de la pieza, ésta se sometía al templado, técnica que consiste en calentar al rojo vivo el objeto y someterlo inminentemente a un baño de agua fría. Igualmente se practicaba el repujado, fórmula decorativa que igualmente se hace en frío y que se alcanza martilleando sobre una matriz. Por último el recortado, efectuado sobre lámina y con cincel de piedra.
Con calor se pueden practicar técnicas como la soldadura, durable en la unión de dos metales con un elemento cuyo punto de fusión sea menor que el del metal a fundir, por ejemplo para fundir oro en polvo se emplea cola vegetal. Pero sin duda la técnica más significada de las practicadas en América es la de la cera perdida; este procedimiento consiste en modelar en cera el objeto anhelado, a continuación se cubre con capas de arcilla semilíquida y se deja secar varios días; al calentar el agrupación la cera se derrite, la arcilla se endurece, y el espacio libre que deja la cera es ocupado por el metal en estado líquido, una vez frío se rompe el molde de arcilla y se recibe la pieza, que habrá de ser ligeramente retocada.
Todas las piezas de orfebrería son tratadas en su superficie, la técnica más llamativa es la del dorado que consiste en eliminar la capa superficial de cobre que aparece en la aleación de tumbaga, para hacer aflorar el oro mediante un ácido de origen vegetal. El resultado es espectacular y muy efectista, pues el aspecto final es el de una pieza de oro puro. Esta es la técnica empleada en los grandes cúmulos orfebres andinos, por ejemplo en gran parte de las piezas de oro encontradas en la sepultura del señor de Sipán (Perú), o en los cúmulos de oro quimbayas de Colombia.
Las regiones orfebres hispanoamericanas están en relación con sociedades desarrolladas en un circuito de jefaturas o estados, esto es en sociedades complejas, tales como Perú, Ecuador, Colombia, istmo de Panamá, Costa Rica, México y ciertas zonas de las Antillas. En estos enclaves la demanda de señales caracterizadores por parte de un conjunto social, impuso una manufactura de los metales al servicio del poder religioso y civil, indisolublemente asociado en las culturas precolombinas. La región de Perú, cuna de este arte ofrece las muestras más antiguas de oro y plata trabajado en láminas mediante técnicas de martilleado y repujado, que eran empleadas en trajes y como aplicaciones arquitectónicas. El ejemplo más antiguo es el que nos ofrece el centro religioso pamperuano de Chavín hacia el 800 a.C.
La región de Colombia y Centroamérica se caracteriza por ser el dominio de la tumbaga y por la ausencia de plata. Sus objetos se realizan con la técnica de la cera perdida, en un estilo preciosista, volcado hacia las pequeñas esculturas de asuntos zoomorfos y fantásticos; los restos más antiguos de esta zona se fechan hacia el 400 a.C.
Por último la zona de México y Guatemala se incorpora más tardíamente a este arte, y es sólo a partir del 1000 d.C., en el momento en que regiones como la mixteca comienzan a hacer obras de un alto grado de desarrollo.