Aunque los orfebres mixtecos que realizaron las ofrendas de las sepulturas de Monte Albán fueron los mejores de Mesoamérica, los aztecas consiguieron tal maestría en la fundición, combinando oro y plata, que no se quedaron atrás. Los metales se empleaban básicamente para hacer joyas: collares, pendientes, pectorales, orejeras, bezotes (adornos que se ponían en un orificio practicado bajo el labio inferior) y pulseras. Igualmente se hacían figuras y recipientes.
Utilizaban la cera perdida y eran maestros en la fundición, hasta el punto de fabricar figuras articuladas. Frecuentemente se combinaban los metales con piedras semipreciosas como el jade, la amatista y la turquesa, configurando collares y adornos de gran belleza.
Plumería
La plumería fue una de las expresiones más interesantes y peculiaridades de los aztecas, en especial en la realización de mosaicos. Las aves empleadas para estos trabajos procedían de los bosques tropicales del sur de México y Guatemala, o bien eran criadas en cautividad y cazadas con técnicas refinadas que no dañaban el plumaje de la presa. Eran clasificadas de conformidad con el tamaño, calidad y color, siendo las más apreciadas las verdes de quetzal (especialmente las larguísimas caudales); las rojas del tlauquecholli, semejante al flamenco, y las azules turquesa del xiuhtótotl. Los especialistas dedicados a estas labores se llamaban amanteca y eran muy apreciados, destacando los de Tlatelolco, Texcoco y Huaxtepec. Se conservan buenos ejemplares de escudos y tocados en museos de América y Europa. Destacaremos el escudo del dios de la lluvia, que simboliza un coyote (quizá el emblema del tlatoani Ahuizotl), sin embargo, especialmente, el gran tocado de plumas de quetzal con adornos de oro, conocido como el penacho (corona) de Moctezuma, preservado en el Museo Etnográfico de Viena.
Cerámica
Constituye la forma de expresión más popular, especialmente en lo relativo a las figuras de personas y deidades, entre las que destacan figurillas femeninas de fertilidad y representaciones de dioses. Las figurillas femeninas aparecen de pie, con el cabello dividido en dos crestas o bucles que se elevan sobre la cabeza, un faldellín decorado que llega hasta los pies, y suelen llevar en sus brazos otras dos figuras más pequeñas. Se ha representado como una representación de la diosa madre azteca (Tonantzin, Xochiquetzal, Coatlicue o Cihuacóatl), aunque en la actualidad son identificadas como un símbolo de la maternidad. Otras figuras son representaciones de los dioses Tláloc y Quetzalcóatl Ehécatl.
Códices
Eran obras escritas en papel de amate o en piel de venado, doblados a manera de biombo. Plasmaban dibujos figurativos y una escritura pictográfica que servía como recordatorio de narraciones históricas, religiosas o litúrgicas. La inmensa mayoría de los códices aztecas son copias de códices antiguos o recopilaciones ulteriores a la conquista desarrolladas a requerimiento de los frailes. Los referidos completamente con el mundo azteca son el Códice Borbónico y el Tonalamatl Aubin, los más antiguos, y los pertenecientes al conjunto Magliabecchiano, entre los que destacan el propio Magliabecchiano, el Códice Tudela, el Códice Ixtlilxóchitl y el Códice Veitia. Véase Códices precolombinos.
Literatura y música
A la aparición de los españoles muchos de los escrituras de los códices prehispánicos fueron recopilados en obras escritas escritos en lengua náhuatl con caracteres latinos. Entre ellos destacan los denominados Anales de Tlatelolco, los Códices Matritenses de fray Bernardino de Sahagún y, especialmente, por su gran calidad literaria, la Colección de cantares mexicanos y Los romances de los señores de la Nueva España, donde se ensalza lo bello, lo efímero y lo sutil de la vida. El mundo de la música y la danza corría parejo al de la literatura. Por lo que sabemos existió gran diversidad de instrumentos musicales de los que se sirvieron para realizar escalas pentatónicas y, en ocasiones, de seis, siete o más tonos.