Makaria, la diosa griega de la bendecida muerte y los finales felices

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Inframundo griego

En la mitología griega, Perséfone era señalada la diosa de las hierbas, flores, frutos y perfumes. Criada en el Olimpo, el hogar de la nobleza divina, en la infancia había sido una hermosa niña llamado Koré, hija de Zeus y de Deméter, diosa de la agricultura, de las estaciones y de la feminidad.

Cuando los primeros signos de la belleza y la feminidad de Perséfone comenzaron a brillar en su adolescencia, varios dioses del Olimpo comenzaron a cortejarla. Deméter estaba tratando de proteger a su hija desde el acoso de los dioses y rechazando propuestas a quien pretendía casarse con su hija. Pero Hades, dios del mundo subterráneo, no aceptaría el rechazo. Un día, mientras recogía narcisos en el campo, Hades decidió secuestrarla y llevarla hasta su reino.

Deméter tenía el corazón roto y de su tristeza la tierra se volvería estéril y nada más florecía allí. Frente a la falta de alimento, Hermes se encontró con Hades y realizó un acuerdo. Perséfone pasaría la mitad del año con su madre y la otra mitad en el inframundo. Cuando Perséfone iba a visitar a su madre, el mundo se convirtió en alegre y florido que dio origen a la primavera y el verano. Sin embargo, cuando Perséfone volvía al Reino de Hades, los árboles perdían sus hojas, no prosperaron y el mundo se volvía frío y triste, resultando en el otoño y el invierno.

Habiéndose convertido en la reina del inframundo, Perséfone interfirió en las decisiones de Hades. Era Perséfone quien cortaba el hilo del cabello que unía cualquier mortal a la vida. A veces, incluso que Hades u otros dioses decidieran enviar a alguien al reino de los muertos, ella intercedía a favor de los héroes y mortales.

De la unión de Perséfone y Hades nació Makaris o Makaria, la diosa de la buena muerte y de un final feliz. Ella daba protección a los justos y les concedía una muerte serena y tranquila, a veces durante el sueño, acompañándolos a la sentencia final en el tribunal de los muertos. Descrita como una bella mujer de piel blanca y cabellos negros, ella vagaba entre los mortales sin ser percibida, apenas sentida a través del suave aroma de su perfume.

Un retrato de la muerte en la mitología griega

Los antiguos griegos, así como otros pueblos antiguos, tuvieron una visión de la muerte absolutamente diferente de la que tenemos en la actualidad. Para ellos la muerte no significa el fin, sino el comienzo de una nueva jornada. En cualquier caso las almas de los muertos deben pasar por el Tribunal de Hades, que examina todas las acciones llevadas a cabo en vida y a partir de ahí pueden seguir diferentes destinos.

El Tártaro era un lugar de sufrimiento, donde estaban encarceladas las almas de aquellos que habían sido crueles, injustos o habían provocado la ira de los dioses de noble cuna. Pero si la persona había sido memorable, ética y justa, su alma seguiría por el camino hacia los Campos Eliseos, donde descansaban las almas más virtuosas.

En este lugar de felicidad eterna, rodeado de paisajes verdes y flores, entraron las almas de los justos, santos, héroes, poetas y dioses. Algunas de las almas buenas tuvieron la oportunidad de regresar al mundo de los vivos, pero antes permanecían por un largo tiempo bebiendo de las aguas del río Leteo, el río del olvido. Cuando borraban su memoria podrían reencarnarse y volver a nacer en una nueva vida.

Para ser bendecidos por la gracia de Perséfone, los griegos ofrecieron muchos rituales. En Sicilia, ubicada en la Magna Grecia al sur de Italia, Perséfone presidió los funerales. Cuando alguien moría, los parientes del muerto cortaban los cabellos de los difuntos y arrojaban en una hoguera en honra a la diosa infernal.

Cuando los romanos conquistaron el sur de Italia, Deméter pasó a ser llamada Ceres, que deriva el nombre dado al grano llamado cereales. En abril los griegos hicieron un culto de Deméter. Ofrecían miel y frutas para la diosa, limpiando la casa y eliminando sentimientos tristes, porque ellos creían que Deméter era el enlace entre los vivos y los muertos.

Cuando se sintieron tristes, los griegos consumían alimentos protegidos por Deméter, tales como cebada, centeno y trigo que fueron hechos el pan y las pastas. Hoy sabemos que estos alimentos ayudan a estimular la producción de serotonina, una sustancia que controla las emociones, mejora el estado de ánimo y combate la depresión. El macarrón, Macarruni para los sicilianos, viene del griego Makaris, el nombre de la diosa protectora de los mortales en sufrimiento.

En los tiempos modernos, tendemos a negar la muerte olvidando que ella es inevitable. Esto se hace evidente en aquellas personas que lidian con la muerte como una posibilidad remota, que se arriesgan cada día a los peligros de accidentes de riesgo o exponen a la violencia de las grandes ciudades. También morimos un poco cada día, porque cada día vivido es un paso al frente de la vejez, sobre todo cuando permitimos que los problemas y las ansiedades ocupen el lugar de nuestros sueños.

Para los pueblos antiguos, la muerte era vista como un cambio que llevó a una transformación. Diariamente también enfrentamos cambios y transformaciones que están presentes en la finalización de relaciones, en la pérdida de empleo, de seres queridos, de bienes materiales, de oportunidades, de nuestra juventud y de nuestros amores.

A veces nos resistimos a aceptar que algo ha llegado a su fin y tratamos por todos los medios de prolongar su estancia. En este esfuerzo fútil, terminamos siendo conducidos en el mundo del sufrimiento, sin rectificar sin embargo nuestras situaciones. El mito de Makaria sirve para enseñarnos no a resistir a poner fin a las cosas y dejarnos que las situaciones sigan su propia senda, pues cada fin trae consigo esperanza a un nuevo comienzo.