El impacto del cine europeo sobre los cineastas americanas y el ulterior declive del método de los estudios contribuyeron durante las décadas de 1960 y 1970 al cambio del estilo del cine americano.
A finales de la década de 1960, de los estudios cinematográficos sólo quedaba el nombre, ya que su cometido único y su propiedad habían sido asumidas por inversores ajenos a la industria. Los nuevos propietarios, las grandes corporaciones audiovisuales, pusieron el acento preferentemente en la realización de cintas como una mera inversión de los excedentes de los negocios musicales. De este modo, los estudios aún funcionaron durante la década de 1960 produciendo adaptaciones de musicales y comedias de Broadway. En 1968, el fin de la censura posibilitó a la industria de Hollywood especializarse en cintas que exponían un alto grado de violencia y una visión más explícita de las relaciones sexuales.
Los nuevos cineastas americanas
Paralelamente apareció una nueva descendencia de desarrolladores bajo la influencia de las tendencias europeas y con el anhelo de trabajar con desemejantes distribuidores, tomando cada cinta como una unidad por separado. Muchos de ellos realizaron cintas de gran calidad, tanto fuera de la recién descentralizada industria como dentro de sus límites. Algunos de ellos, como Stanley Kubrick, Woody Allen, Arthur Penn, Francis Ford Coppola o Martin Scorsese, han tratado en numerosas ocasiones de trabajar con el respaldo de una compañía financiera, buscando la distribución de sus obras a través de un estudio diferente para cada proyecto, o preservando una relación parcialmente estable con uno de ellos. Otros directores, como Robert Altman, John Cassavetes o John Sayles, han tratado de prevenir los canales establecidos, sin embargo eso les ha constituido que sólo ocasionalmente hayan ganado un éxito comercial suficientemente amplio como para financiarse sus posteriores proyectos.
Stanley Kubrick produjo durante unos años una serie de obras atrayentes, desde la sátira política de ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (1963), hasta el desafío técnico de 2001: una odisea del espacio (1968), la meticulosa adaptación del siglo XVIII de Barry Lyndon (1975) o el horror gótico de El resplandor (1980), aunque sus mejores cintas siguen siendo las iniciales: Atraco perfecto (1956), atractiva sumario del género policiaco, de un fatalismo poético; Senderos de reputación (1957), una de las mejores cintas antibélicas de la historia; Espartaco (1960), sobre la rebelión de los prisioneros romanos, y Lolita (1962), todas ellas además magistralmente estudiadas. Arthur Penn, más complaciente, con Bonnie y Clyde (1967) conmovió a los espectadores de las salas de arte y ensayo y a los aficionados al cine de violencia y de aventuras, y sirvió de punto de partida para el gusto de nuevas concepciones de espectadores, que anotaron igualmente Mike Nichols con El graduado (1967), o Dennis Hopper con Buscando mi destino (1969). Penn continuó con el cine ‘contracultural’ de la década de 1960 con El restaurante de Alicia (1969) y Pequeño gran hombre (1970). Por su parte, Woody Allen dirigió y representó una serie de cintas formalmente afines a las de los cómicos clásicos americanas, algo entre sus admirados Bob Hope y Groucho Marx, sin embargo con un mensaje y unas conductas peculiares, propias de la sensibilidad de la ciudad de Nueva York. Entre ellas son buenos ejemplos Toma el dinero y corre (1969), Bananas (1971) y El dormilón (1973). Después, Woody Allen ha conseguido una madurez indudable, distanciado ya de la payasada, más reflexivo y al mismo tiempo más amargo, preguntándose establemente sobre el sexo, el amor, el fallecimiento y la responsabilidad personal. Aquí cabe citar Annie Hall (1977), Manhattan (1979), Hannah y sus hermanas (1986), Días de radio (1987), Delitos y faltas (1989) y Acordes y desacuerdos (1999).
En otro estilo completamente diferente, Francis Ford Coppola aparece como un director de grandes manufacturas y aventurados experimentos, no siempre fructíferos comercialmente. A pesar de que esto no le ha incapacitado a continuar una obra tan personal como la de los autores europeos, ajeno a las conveniencias y a las modas. De sus primeros reveses financieros se repone con El padrino (1972), un éxito comercial de tal magnitud que le permite hacer la personal La conversación (1973), a la que sigue la realización de American Graffiti (1973), de George Lucas. Con los beneficios obtenidos con esta cinta realiza El padrino II (1974) y Apocalypse now (1979), adaptación del relato corto de Joseph Conrad “El corazón de las tinieblas”. Ésta resulta una gran obra aclamada por la crítica sin embargo con un irregular resultado de público. Corazonada (1981) fue un revés comercial, lo que no le imposibilita hacer poco después otra de sus mejores obras, La ley de la calle (1983). Vuelve a conquistar el éxito con Tucker: un hombre y su anhelo (1988), otra obra maestra. Cierra el ciclo de la familia Corleone con El padrino III (1990). De nuevo recibió gran éxito de público en todo el mundo con su específico Drácula (1992). Más clásico, aunque con un estilo personal indiscutible es el igualmente italoamericano Martin Scorsese, autor de Malas calles (1973), Taxi Driver (1976), Toro salvaje (1980), Uno de los nuestros (1990), La edad de la inocencia (1993) o Casino (1995).
Robert Altman, tras un grande éxito comercial con M*A*S*H* (1970), que se transformó ulteriormente en una larga y popular serie de televisión, hace una serie de cintas, por lo general complejas para el gran público, exceptuando el musical Nashville (1975), en el que intermedian 26 personajes notorios configurando un gran tapiz de la política, la música, el teatro y la religión. En sus obras más recientes regresa a reembolsar el contacto con el espectador, como en El juego de Hollywood (1991), una comedia negra sobre las intrigas de la realización cinematográfica hollywoodiense, Vidas cruzadas (1993) y Prêt-à-porter (1994) y Kansas City (1996). Cassavetes, artista-director cuyo primer largometraje fue el documental experimental Sombras (1960), se sumó a la realización convencional tras su éxito comercial con Faces (1968), que repetiría con Una mujer bajo la influencia (1974), protagonizada por su mujer, Gena Rowlands. John Sayles, escritor-director-artista independiente, consiguió el aplauso de la crítica por cintas como Return of the Secaucus Seven (1980), Matewan (1987) y Passion Fish (Peces de pasión, 1992). Spike Lee, que escribió, dirigió, produjo y representó cintas tan admiradas por la crítica y por el público como Nola Darling (1986), Haz lo que debas (1989) o Malcolm X (1992), en la actualidad parece encarnizado en hacer un nuevo tipo de cine, alineado casi únicamente en la problemática de la comunidad afroamericana en Estados Unidos.
El director Spike Lee rompió numerosas de las barreras de la industria cinematográfica y abrió las puertas a jóvenes cineastas, en especial de raza negra. Las sugerentes y a menudo controversias cintas de Lee exploran las relaciones sociales y étnicas en la sociedad americano. Su prometedora habilidad artística y la popularidad de sus cintas, en especial Haz lo que debas (1989), forzó a los estudios a suministrar amparo financiero para sus proyectos.