La ópera a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX

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Opera siglo XX

Para el filósofo germánico Friedrich Nietzsche la ópera Carmen (1875), del francés Georges Bizet, era una obra repleta de claridad mediterránea que despejaba ‘toda la niebla del ideal wagneriano’. Originariamente una opéra comique, (género francés con coloquios hablados, tanto serio como cómico), contaba en el papel destacado con un personaje fascinante que otorgaba a la ópera un nuevo enfoque realista. El fallecimiento prematuro de Bizet a los 36 años puso fin a una carrera prometedora. El compositor francés más prolífico del último tercio del siglo XIX fue Jules Massenet, que compuso Manon (1884), Werther (1892), Thaïs (1894), y otras óperas igualmente sentimentales y teatrales. Otras obras peculiaridades de la etapa son Mignon (1866), de Ambroise Thomas, Lakmé (1883), de Léo Delibes, Sansón y Dalila (1877), de Camille Saint-Saëns, y Los cuentos de Hoffmann (debut póstumo 1881), de Jacques Offenbach, un parisino nacido en Alemania que anticipadamente había demostrado su maestría en el género de la ópera cómica francesa del siglo XIX denominada opéra bouffe. Con el cambio de siglo, Gustave Charpentier compuso Louise (1900), una obra realista inspirada en la clase obrera parisina, mientras que Claude Debussy, adaptando las técnicas del impresionismo, producía en Peleas y Melisanda (1902) una música vocal que evidenciaba los matices y las inflexiones del idioma francés.

El realismo en la ópera italiana se dio a conocer con el nombre de verismo. Los dos primeros ejemplos son Cavalleria rusticana (1890), de Pietro Mascagni, y Pagliacci (1892), de Ruggero Leoncavallo, unos melodramas breves sin embargo intensos sobre la impetu y el fallecimiento en las cálidas aldeas del sur de Italia. El verdadero sucesor de Verdi fue Giacomo Puccini, que compuso óperas de gran calidad melódica, francas emociones y destacada calidad cantabile como Manon Lescaut (1893), La Bohème (1896), Tosca (1900), Madame Butterfly (1904) y la interminada Turandot (realización póstuma de Franco Alfano en 1926). Otros triunfos igualmente ulteriores a Verdi incluyen La Gioconda (1876), de Amilcare Ponchielli, Andrea Chénier (1896), de Umberto Giordano, y La Wally (1892), de Alfredo Catalani.

En Alemania la influencia de Wagner continuó dominando en casi todas las óperas posteriores, incluida Hansel y Gretel (1893), de Engelbert Humperdinck, inspirada en el cuento infantil del mismo nombre. La figura preponderante así pues era Richard Strauss, que usó una orquesta de dimensiones wagnerianas y una técnica vocal semejante en Salomé (1905) y Elektra (1909), ambas obras breves sin embargo penetrantes con un trasfondo mórbido. El caballero de la rosa (1911), de Strauss, es una comedia y se ha transformado en su obra más popular. A esa ópera le siguieron Ariadna de Naxos (1912), La mujer sin sombra (1919) y Arabella (1933).

Arnold Schönberg y su alumno Alban Berg, sentaron las bases de la atonalidad y el método dodecafónico. Tanto la ópera inconclusa de Schönberg, Moses und Aron (debut póstumo, 1957), como Wozzeck (1925) y la inconclusa Lulú (debut póstumo en 1937, con versión completa producida en 1979), de Berg, utilizaban el Sprechstimme o el Sprechgesang (‘voz habladora’ o ‘canto hablado’), una especie de declamación a medio trayecto entre la comunicación verbal y el canto. Wozzeck, el espantoso retrato de la degradación de un soldado raso, pronto fue reconocida como una obra maestra moderna. La ópera se encarga de una pieza teatral homónima de Georg Büchner.