La catedral en el arte gótico de España

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Arte gotico españa

Uno de los elementos arquitectónicos elementales de la ciudad medieval es la catedral. Situada en el centro de la villa, constituía el punto de encuentro de la vida social de la comunidad y un destacado elemento de identidad para todos sus miembros. A lo largo del periodo gótico se cimentaron algunos de los ejemplos más destacados de la cristiandad, como el de Chartres en Francia o el de Burgos en España.

En la ciudad medieval europea es la catedral el edificio más característico de la vida y del espíritu de la sociedad, ya que en su construcción ha intervenido toda la ciudad, directa o indirectamente.

Delimitado y sacralizado el solar, que con frecuencia comprende el área de una antigua iglesia anterior, el obispo de conformidad con el cabildo o este independientemente, precisa la presencia de un arquitecto, que es básicamente un teórico, que merced a sus conocimientos matemáticos ha de dar la traza, al mismo tiempo que calcula los costes y procedimientos para la ejecución de las múltiples partes en que se puede fraccionar la obra. El arquitecto, que preserva celosamente sus confesiones de cálculo y traza, suministra la idea o raso general del edificio inspirado en triángulos, cuadrados, pentágonos o exágonos, conforme el modelo «ad triangulum» o «ad quadratum», que haya sido elegido. En la equilibrio y belleza de las proporciones, esto es, en la objetividad de la belleza de las figuras geométricas y en las medidas, tanto en planta, como en alzado, arraiga el fundamento de la perfección de la construcción gótica, cuya ejecución ha de durar decenios de años, a veces, siglos.

A la financiación del edificio ha sufragado el habitante, proporcionando limosnas, pagando los estipendios de los servicios eclesiásticos, comprando el suelo para su sepultura, fundando capillas o interviniendo, a través del sindicato, en la producción de altares, pues el edificio se financia y preserva con la cooperación de los propios habitantes. Las reliquias y jubileos atraen a los peregrinos que dejarán su óbolo, como los comerciantes que traen sus artículos a las ferias y mercados, y el obispo destinará parte de los diezmos y demás beneficios eclesiásticos a la obra que se debe a su propuesta.

Cimientos y muros son el fundamento físico y espiritual de la obra. Los sillares, como las piedras en su multiforme aspecto, simbolizan al pueblo cristiano unido por la argamasa de la caridad, por «el Amor se desplaza al Sol y las estrellas», como escribe Dante.

Las bóvedas de la nave central preservan su equilibrio apoyándose en los laterales mediante los contrafuertes adosados; y por los arbotantes. Estos son arcos por tranquil, a veces rectos, como tornapuntas, que apoyan en los pilares adosados al muro de la nave central y trasladan los empujes a los contrafuertes exteriores. Para asegurar estos contrafuertes, se pone sobre ellos un pináculo, remate puntiagudo que acentúa el perfil ascensional del templo y con su peso fija el contrafuerte. Otros arbotantes a nivel superior, actúan como tirantes, anulando la presión del viento sobre los muros de la nave central. Por último, en la parte superior el coronamiento, a modo de antepecho, enjarja muros, arcos formeros y contrafuertes, como cadena que liga toda la construcción.

La catedral gótica es básicamente luminosa, pues en ella la luz desempeña una cometido primordial. Al concentrarse el peso de la cubierta en pilares y contrafuertes, el arquitecto puede sustituir los muros por amplias y polícromas vidrieras. Por ellas, simbólicamente, entra la luz divina, pues como se lee en la Epístola de San Juan, «Dios es luz con Él no hay oscuridad alguna», de ahí que para el hombre medieval todo lo luminoso interviene en alguna manera de la esencia divina. La luminosidad coloreada del interior de la catedral evoca los ojos espirituales del devoto, la Jerusalén celestial del fin de los tiempos.

A partir del suelo, donde yacen los muertos en espera del fin de los tiempos, bajo la bóveda que delimita y simboliza la misericordia divina, se percibe la luz que se precipita, mientras al exterior, por pináculos y torres, nuestra mirada se proyecta hacia el cielo. Se contrapone este dualismo, la existencia terrestre que tiende hacia arriba y la visión intelectual de la Jerusalén celestial que se precipita desarrollando un espacio coloreado, ya que percibimos la luz divina a través del ejemplo y escritos de santos y teólogos.

En las fachadas los rosetones alegorizan la rueda de la existencia de la que nos conversa el apóstol Santiago. Los rosetones y ventanales iluminan gradual y diversamente el recinto sagrado, conforme la hora del día y la orientación. De los tonos opacos del rosetón del norte, a la clara luminosidad del rosetón del mediodía y los tonos rojizos del sol declinante que ilumina el rosetón de la fachada. Se hace una equilibrio cromática, se modificante, paralela a la riqueza cromática de la música de órgano y al fama de las ropas y objetos que se usan en las solemnes cultos litúrgicas.

Como lugar donde se imparten los sacramentos y donde se conmemoran las más destacadas solemnidades de la vida medieval, la catedral es el corazón de la vida ciudadana. A su fama y significación contribuye toda la sociedad, pues trazada la obra y establecido el programa de trabajos han de ser los propios artesanos, residentes de la ciudad, los que con sus obras han de enriquecerla. La catedral es el centro de la actividad laboral, al mismo tiempo que núcleo de la vida social y espiritual, pues la amplitud de la labor a realizar supone la fundamentación de los talleres u obradores que han de perdurar durante muchos años.

Para la construcción se organiza el trabajo en cuadrillas, a cuyo frente está un maestro de obras, que cuenta con los mozos oficiales peones, y las bestias de carga necesarias. El sindicato de canteros garantiza la idoneidad del jornalero; el mozo oficial ha de manerarse junto a un maestro y mediante las pruebas correspondientes pasa a ser maestro de obras. En la obra el maestro mayor tendrá el auxilio de los aparejadores en la obra y en las canteras. Estos se encomendarán de la vigilancia del corte de las piedras, de la preparación de los trayectos y de la carga de las carretas. Al pie de la obra, en el obrador, el aparejador vigila la ejecución por las cuadrillas de la labor empleada, y mediante las marcas de cantería, grabadas en los sillares, comprueba la labor desarrollada por cada cuadrilla y su apropiada disposición en el muro. Terminada la obra programada será objeto de examen, comprobándose la idoneidad de lo suceso y su coste, para lo que a veces precisa el certamen de maestros foráneos, pagándose las demasías en su caso.

Paralelamente los maestros carpinteros y entalladores van desarrollando su labor, en todo caso sometidos a la superior dirección del maestro mayor de la catedral, y los escultores, de conformidad con el programa iconográfico establecido, van depositando las imágenes en los espacios que el arquitecto les ha ido organizando para ello; los pintores irán depositando sus retablos en las capillas y muros, y los orfebres como los demás autores, irán enriqueciendo el templo con sus obras.

Vigilante, el enemigo —el diablo— acecha desde el tejado y cornisas y contrapone sus grotescas formas a la equilibrio y belleza de ángeles y santos que en torres y remates resguardan la catedral de las asechanzas del maligno.

La catedral emerge sobre el caserío, plasmando en su lógica constructiva y en su racional belleza los ideales de una sociedad que interviene de una concepción del mundo, en la que los valores del espíritu han de reportar y dar sentido a la vida de la existencia terrena. El intelecto del arquitecto, la labor bien hecha de los artesanos, las fuentes financieras que permiten la financiación de tan costosa obra, la penetrante y acendrada devoción a la Virgen como defensora y mediadora, todo en fin, son trazos que promueven a la realización de una obra plena de simbolismo y centro espiritual de la ciudad.

José María Azcárate, Arte gótico en España. Madrid: Ediciones Cátedra, 1990.