A finales del siglo XVII y comienzos del XVIII el estilo germánico de ópera se juzgaba inferior al estilo italiano. El centro operístico más importante de Alemania era Hamburgo, donde se inició un teatro de ópera en 1678. Reinhard Keiser compuso más de 100 obras allí. Posteriormente al fallecimiento de Keiser, los compositores y cantantes italianos dominaron todos los teatros de ópera de Alemania.
La ópera italiana igualmente era muy popular en Inglaterra. A pesar de ello, se solían representar con frecuencia dos óperas escritas por compositores ingleses, Venus y Adonis (c. 1684), de John Blow, y Dido y Eneas (1689) de Henry Purcell. Estas obras exponían una estrecha relación con el espectáculo galante inglés para la escena, la mascarada, e incorporaban elementos franceses e italianos, como las partes instrumentales de Lully y los recitativos y arias de los italianos. El compositor germánico Georg Friedrich Händel recibió sus mayores triunfos en Inglaterra. Allí escribió 41 óperas en el estilo italiano entre 1711 y 1741, tras lo cual dejó este género y se dedicó a la estructura de oratorios.
En el siglo XVIII la ópera se alejó de los ideales de la camerata y acogió una gran cuantía de artificios. Por ejemplo, muchos niños italianos fueron castrados para que sus voces no modificaran y preservaran un registro agudo. La amalgama de la voz de un niño con el avance corporal de un adulto proporcionó un timbre muy agudo y una técnica ágil que se hizo muy popular. Los cantantes de este tipo, que actuaban en papeles femeninos, se llamaban castrati. A ellos, y igualmente a los otros cantantes, se los valoraba más por la belleza de sus voces y su canto virtuoso que por sus dotes escénicas. Las óperas terminaron convirtiéndose en poco más que una serie de arias espectaculares. Éstas seguían un esquema formal simple, A-B-A, denominado forma da capo (en italiano, ‘desde el principio’). Contenían variaciones que eran improvisadas por el cantante a partir de la sección A.