1947, el noruego Thor Heyerdahl, a bordo de una balsa de troncos bautizada como Kon-Tiki, se lanza desde la costa peruana hacia la Polinesia. Su objetivo: demostrar que los indios de América del Sur eran capaces de cruzar el océano y llegar a lugares muy distantes. El antropólogo había observado que los vientos y las corrientes marítimas fluían del este hacia el oeste, tomando en consideración las similitudes culturales, propuso que los primeros habitantes de la Polinesia llegaron allí procedentes de América del Sur. En la época, la mayoría de los especialistas hacia poco caso del proyecto. Para demostrar su teoría, Heyerdahl construyó una balsa de madera semejante a la utilizada por los mochicas y, junto con cinco tripulantes, recorrió en 101 días casi 7.000 kilómetros en el océano Pacífico, entre Perú y Raroia (atolón de las Tuamotu), en Polinesia. La expedición del explorador se volvió legendaria y su autor falleció en 2002, a los 87 años, convirtiéndose en un héroe nacional no apenas en Noruega, sino también en el imaginario de todos aquellos con espíritu aventurero.
Desde entonces, los mochicas fueron vistos con otros ojos por los investigadores. Esta antigua civilización peruana se extendía desde el siglo I hasta el siglo VII de la era cristiana (100 a 700). En su apogeo, alrededor de 50.000 mochicas vivieron y cultivaron los fértiles valles andinos de Pacasmayo, Chicama; Moche y Virú, trabajo facilitado por las inundaciones periódicas de los ríos.
La irrigación, dicho sea de paso, era uno de sus puntos fuertes. Gracias a métodos ingeniosos de construcción de embalses, canales y acueductos, que dejaban la tierra propicia para el cultivo, la población creció y la civilización floreció. Solo para que tengamos una idea, en el valle de Chamaca hay signos de canales de irrigación de 120 kilómetros y, en Ascope, acueductos de 1,4 mil metros de longitud y 15 metros de altura.
Con abundante agua, los 355 kilómetros de la costa resultaron en cosechas grandes y variadas de frutas y vegetales como el maíz, la calabaza, el maní y los frijoles. La caza también era abundante y peces de los ríos y del mar completaban el menú.
Dios sacrificador
El mochica adoraba al dios Ai-Apaec (Todopoderoso en lengua mochica), también conocido como El Degollador en español. Figura común entre las culturas andinas, dicho dios fue elevado al puesto de divinidad máxima entre los mochicas alrededor del año 50. Fue cuando una clase de sacerdotes-guerreros tomó el poder, creando una confederación de ciudades-Estado que dominó un territorio de 400 kilómetros de extensión. Así como los faraones de Egipto, los sacerdotes reivindicaban para sí el estatus de divinidad y usaban el terror religioso como instrumento de poder político.
Sociedad de clases
La sociedad mochica era patriarcal y las mujeres estaban dedicadas a las tareas del hogar. Buena parte de la población era formada por campesinos, pero las pinturas de los artefactos encontrados describen una sociedad dividida en varias clases, formada por militares, nobles y practicantes de varios oficios, como orfebres y alfareros. Por encima de esta jerarquía quien brillaba eran los soberanos y sacerdotes.
Gigantes de América
En 2001, después de 35 años excavando restos de civilizaciones perdidas en el Perú, el arqueólogo estadounidense, Christopher Donnan, de la Universidad de California en Los Ángeles, fue recompensado por su persistencia. En una pirámide de 32 metros de altura de capa de Dos Cabezas, cerca de Chiclayo, ubicada al norte del país, se encontró con tres tumbas pertenecientes a la nobleza mochica de los primeros tiempos de la civilización (probablemente desde el año 50 d.C.), un momento en que estas personas comenzaron a organizarse políticamente en ciudades-Estado, 14 siglos antes del Imperio Inca.
El entusiasmo de los investigadores está justificado: fueron las primeras tumbas encontradas de este período. Todo lleno de cerámica, textiles y joyas de oro y plata. El descubrimiento es el resultado de tres años de excavaciones patrocinadas por la National Geographic Society.
Además de la excelencia en el campo de la joyería, los investigadores se vieron sorprendidos por la alta estatura de los miembros de la élite moche. Se encontró que los esqueletos tenían aproximadamente 1,80m, siendo, posiblemente, los individuos más altos que se encuentran en las excavaciones en América del Sur.
Un año más tarde, en 2002, surge un nuevo hallazgo: seis cámaras funerarias con restos de 60 personas pertenecientes a la cultura, se encontraron en la ciudad de Chepén, en el norte de Perú. El líder del equipo, el arqueólogo Luis Castillo, responsable por el estudio desde 1991, comentó en la época que las cámaras pertenecen al periodo de transición (de 800 a 950 d.C.) cuando el imperio mochica estaba en franca decadencia.