Cerámica, escultura y otras artes de Teotihuacán

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arte teotihuacano

En el Teotihuacán se desarrollaron diversas manifestaciones artísticas que se corresponden con tipos de arte muy ricos en detalles.

Arte mural

El arte mural se localiza en los muros de varios palacios ubicados en el perímetro urbano de la gran metrópoli. Ejemplifica muy bien la concepción sagrada de la ciudad. Las escenas están presididas por figuras de dioses o por sacerdotes ataviados con sus atributos. El más representado es el dios de la lluvia, Tláloc, protagonista de numerosas cultos conectadas con la tierra y la fertilidad. El Tlalocan, o paraíso del dios Tláloc, es el mural más conocido. Situado en la vecindad de Tepantitla nos muestra a quienes se hallan en ese paraíso gozando felices de los dones de la naturaleza. A mediados del siglo V, y coincidiendo con la expansión de la cultura teotihuacana a otros territorios, los murales se llenan de escenas y motivos militares, con guerreros armados con escudos, dardos y propulsores, jaguares y coyotes comiendo corazones humanos y desemejantes señales calendáricos asociados con registros dinásticos. Otros murales en Atetelco, Zacuala o Teopancaxco, arrojan información sobre otros dioses, sobre el almanaque, el comercio y las actividades guerreras.

Cerámica

Fue uno de los elementos más característicos de la cultura teotihuacana. Una vez cubiertas las piezas por una fina capa de estuco se pintaban sobre ellas asuntos geométricos y escenas naturalistas que incluían dioses, sacerdotes, jeroglíficos, animales y plantas. El tipo más divulgado fue el cilindro trípode con tapadera, decorado con pintura, relieve e incisión. La cerámica denominada ‘naranja fina’ alcanzó una gran divulgación utilizándose como elemento de cambio hasta los confines del Imperio.

Coincidiendo con el surgimiento de escenas militaristas encontramos una cerámica antropomorfa, desarrollada a molde, que simboliza hombres desnudos en conducta de movimiento o sentados a la manera oriental. Su cara es triangular, con deformación craneana, predominando la concepción lineal del cuerpo.

Escultura

No obtuvo entre los teotihuacanos la relevancia que se expresa entre pueblos previos (olmecas) y posteriores (toltecas y aztecas). En términos generales podríamos decir que se limita a reforzar el mensaje ideológico de las elites. Son geométricas y de apariencia pesada. La pieza más singular es una cariátide empleada como elemento arquitectónico y asociada con la pirámide de la Luna que parece ser un antecedente de la estatua azteca de la diosa del agua (Chalchiuhtlicue). El marcador de juego de pelota de La Ventilla es el único ejemplo eminente que tenemos en la actualidad. Dignos de mención son igualmente las esculturas que destacan en los muros del templo de Quetzalcóatl: efigies de Tláloc, serpientes emplumadas, caracolas y conchas.

Arte lapidario

El arte lapidario tuvo un fuerte desarrollo. Se conservan admiradas máscaras desarrolladas en piedras duras, como el ónice, la diorita y las serpentinas, enriquecidas con mosaicos de coral y obsidiana. A pesar de que todas las máscaras están descontextualizadas parece que existe una conformidad en relación a su carácter indicadamente funerario.

El arte teotihuacano sentó las pautas de lo que luego sería el arte mesoamericano. Como método de expresión simbólica no tuvo parangón con ningún otro, llevando su influencia a enclaves que jamás más volvieron a estar asociados de manera tan estrecha. Lo imponente de su arquitectura, la gravedad de sus formas y lo delicado de sus artesanías hacen de Teotihuacán la ciudad sagrada por excelencia.