Arte islámico: arquitectura civil

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Arquitectura civil islam

A lo largo de la fase de los Omeyas y primeros Abasíes, los príncipes de las familias cimentaron varios palacios en el desierto de Siria e Irak. Algunos de ellos se encontraban rodeados por terrenos de caza —como los de los últimos soberanos Sasánidas— y otros disponían de baños abovedados derivados de la arquitectura tardorromana, que igualmente se aprecia en su empleo como villas o explotaciones agrícolas. Por ello, estos palacios supusieron una sumario entre las tradiciones orientales y occidentales, característica del primer arte islámico.

Paralelamente demostraban una cierta libertad frente a las recomendaciones contra el arte figurativo, que no llegaban a alcanzar connotaciones prohibitivas en el Corán sin embargo sí en los hadit (tradiciones orales) del siglo IX. Los palacios Omeyas se encontraban ornamentados con mosaicos, pinturas murales y estucos, representando animales, escenas cortesanas o al propio califa. Esta ornamentación deriva en gran medida de la tradición Sasánida.

En el periodo medio, el mundo islámico produjo los mejores frutos de su civilización urbana. Con la invasión de los mongoles, sin embargo, numerosas ciudades fueron destruidas o reducidas a pueblos, y se perdieron los ingeniosos métodos hidráulicos que las posibilitaban existir.

Bajo los Abasíes se fundó en medio del desierto, cerca de Bagdad, una ciudad administrativa llamada Sāmarrā, que no llegó a terminarse. Sāmarrā ocupaba una prolongación de 175 hectáreas envuelta por una grande muralla, contaba con jardines, palacios, edificios administrativos, una mezquita, baños y cuarteles. Los edificios residenciales se encontraban ornamentados con pinturas figurativas, sin embargo los motivos ornamentales más delicados están tallados en estuco, siguiendo esquemas geométricos de principio turco. Todas estas ciudades de nueva planta, como Sāmarrā, El-Fustat (cerca de El Cairo y conocida por excavaciones) o Medinat al-Zahara, cuentan con destacadas infraestructuras como acueductos y redes de alcantarillado.

Otro de estos palacios-ciudades del mundo islámico fue Medinat al-Zahara en las cercanías de Córdoba (España), edificada por el primer califa cordobés Abd-al-Rahman III —de la dinastía Omeya evasión desde Siria hasta al-Andalus— y destruida por las tribus bereberes en el siglo XI.

La tradición islámica de los palacios-ciudades se mantuvo en el norte de África, en Estambul, donde los turcos otomanos comenzaron en 1459 la construcción del palacio Topkapi, y en el reino Nazarí de Granada (España), con el magistral palacio de la Alhambra. El agrupación de la Alhambra está formado por un fortaleza o alcazaba y por el palacio real. A su vez, el núcleo destacado del palacio está constituido por una zona oficial en torno al patio de Comares y otra residencial abierta al patio de los Leones. En el centro de este último aparece una fuente sobre figuras de leones con surtidores en sus bocas. El mismo tema del león se repite en la escultura de bronce de pequeño formato y en muchos recipientes cerámicos.

En Irán los últimos grandes constructores fueron los Safawíes, cuya contribución a la arquitectura civil incluye puentes, campos de polo y palacios con miradores de madera. En el palacio de Abbas I se erigió una galería de arte para alojar su recopilación de porcelanas chinas.

Los caravasares fueron una contribución Selyúcida. Son enclaves de descanso para los viajeros de las rutas de caravanas y cuentan con una sala de columnas o apadana y un patio para los animales. Otros edificios destacados de la arquitectura civil islámica fueron los baños públicos, bazares, jardines y ribats o guarniciones fronterizas, como los que se preservan en Túnez.