La Revolución Industrial modificó el entorno tecnológico y social de la construcción hasta tal punto que los antiguos preceptos y propósitos de la estructura arquitectónica perdieron toda su validez. A partir de 1840, los destacados artistas y críticos rastrearon nuevas aproximaciones a la arquitectura.
En Inglaterra, el escritor John Ruskin y el diseñador William Morris, autor del movimiento Arts & Crafts, sostenían que los objetos producidos por la máquina se encontraban desprovistos de significado cultural y por ello carentes de cualidades estéticas. Inspirados en el pasado medieval y en la ideología socialista aseguraron la relevancia del artesanado y rastrearon la implicación directa de los obreros en la realización de artefactos de uso ordinario y doméstico.
En el terreno de la tecnología, el Crystal Palace de sir Joseph Paxton, un grande espacio para exposiciones temporales construido con ocasión de la Exposición Universal de Londres en 1851, representó un eminente avance en el avance de la arquitectura contemporánea. Realizado enteramente con elementos prefabricados de acero y cristal, su belleza debía ser algo secundario. Pero, una de las ideas persistentes de la arquitectura del siglo XX es la convicción, compartida por arquitectos e ingenieros, de que la belleza reside en la claridad estructural y en el uso congruente de los nuevos materiales.
El hierro, el vidrio y el acero se fabricaban en masa y se generalizó su uso en la edificación. Dos estructuras erigidas para la Exposición Internacional de París de 1889 exhibieron sus posibilidades tecnológicas. La Galería de las Máquinas, del arquitecto C.L.F. Dutert y la compañía de ingenieros Contamin, Pierron y Charton, salvó una luz estructural —distancia entre amparos— de 117 m, mientras que la torre Eiffel, de Alexandre Gustave Eiffel, alcanzó los 305 m de altura.
El rascacielos es para muchos el símbolo de la modernidad y del progreso tecnológico conseguido durante el siglo XX. Esta tipología arquitectónica apareció a finales del siglo XIX en Estados Unidos gracias a una serie de progresos, como el ascensor y las estructuras de acero, que permitieron que los edificios crecieran en altura hasta alcanzar cotas sorprendentes.
La tecnología pronto afectaría al diseño de edificios en aras de conquistar un mayor funcionalismo. La invención del ascensor en Estados Unidos, unido a la carestía del suelo edificable, alentó la oportunidad de cimentar edificios en altura. Para ello se inventó un método reticular de acero —una especie de rejilla tridimensional— a la que se añadieron suelos, ventanas y muros como simples cerramientos. El prototipo de rascacielos de oficinas tomó forma en Chicago en torno a 1890 y se difundió vertiginosamente por otros enclaves. Entre los arquitectos mezclados en esta pesquisa sobresalieron Louis Sullivan y el resto de los miembros de la Escuela de Chicago.