Los orígenes de las naciones-estado han sido objeto de significativas polémicas. En el antiguo Oriente Próximo, por ejemplo, las iniciales ciudades-estado aparecieron en el momento en que el incremento de la población provocó una mayor demanda de alimentos, promovida por el avance de cultivos de regadío para escucharla. Esto desencadenó la expansión de métodos militares que protegieran dichos recursos. En otros casos, la localización en rutas comerciales estratégicas —por ejemplo, Tombuctú en la ruta sahariana del comercio de la sal— favoreció la centralización militar y administrativa.
Los estudios etnológicos y arqueológicos apoyan la proposición de que los estados o reinos nacieron de manera ligeramente distinta en circunstancias históricas y ecológicas diferentes; sin embargo, presentan en casi todas partes los mismos esquemas de desarrollo. En sus primeros momentos de existencia, los estados expresan una tendencia universal a anexionar las regiones inquilinas, para estallarlas monetariamente y someter a sus rivales potenciales. En las iniciales civilizaciones urbanas —en el Oriente Próximo, Egipto, el norte de India, el sureste de Asia, China, México y Perú— aparecieron pronto las fortificaciones militares, por lo general junto as de templos y rituales religiosos que expresaban el apogeo y mayor poder del sacerdocio. Pero, la estratificación social, con una reducida minoría militar-religiosa y una gran población subordinada de campesinos, fue una consecuencia ineludible.