La evolución del arte barroco, en todas sus formas, debe estudiarse dentro de su entorno histórico. A partir del siglo XVI el conocimiento humano del mundo se amplió perseverantemente, y muchos hallazgos científicos influyeron en el arte; las indagaciones que Galileo desarrolló sobre los planetas justifican la precisión astronómica que presentan numerosas pinturas de la fase. Hacia 1530, el astrónomo polaco Copérnico maduró su teoría sobre el movimiento de los planetas en torno al Sol, y no de la Tierra como hasta ese momento se creía; su obra, divulgada en 1543, no fue absolutamente aceptada hasta tras 1600. La demostración de que la Tierra no era el centro del Universo coincide, en el arte, con el triunfo de la pintura de género paisajístico, desprovista de figuras humanas. El activo comercio y colonización de América y otras zonas geográficas por parte de los países europeos fomentó la descripción de muchos enclaves y culturas exóticas, apartados hasta ese momento.
La religión produjo numerosas de las características del arte barroco. La Iglesia católica se transformó en uno de los mecenas más prominentes, y la Contrarreforma, lanzada a enfrentar la divulgación del protestantismo, contribuyó a la formación de un arte emocional, exaltado, dramático y naturalista, con un claro sentido de divulgación de la fe. La austeridad propugnada por el protestantismo en enclaves como Holanda y el norte de Alemania expresa la sencillez arquitectónica que caracteriza a esas regiones.
Los sucesos políticos igualmente tuvieron influencia en el mundo del arte. Las monarquías absolutas de Francia y España promovían la producción de obras que, con su grandeza y fama, evidenciaran la majestad de Luis XIV y de la hogar de Austria, en especial de Felipe III y Felipe IV.