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Biblioteca de Alejandría

Biblioteca de Alejandria
El Imperio Macedonio se extendía en todo el mundo conocido, desde el norte de África a Sicilia, desde la península de los Balcanes a Asia Menor, desde Irán hasta India y Afganistán. Cabe mencionar, además, que Filipo II y, posteriormente su hijo Alejandro Magno, desarrollaron una política de aproximación de las culturas de los pueblos conquistado. Es en ese contexto que se debe entender el significado ecuménico de la Biblioteca de Alejandría. Con el fin de comprender mejor a los pueblos conquistados, era necesario reunir y traducir sus libros, especialmente los religiosos ya que la religión era la puerta de sus almas.

También debe tenerse en cuenta que Egipto era un país donde la tradición de la cultura y de las colecciones siempre había existido. En realidad, desde el tiempo de los antiguos faraones ya existieron bibliotecas En Nínive, fue encontrada en 1849 por Layard, la biblioteca cuneiforme del rey asirio Asurbanipal cuyos textos eran contenidos en tablillas de arcilla. Sin embargo, la primera biblioteca particularmente importante fue la Biblioteca de Aristóteles elaborada, en parte, gracias a los generosos subsidios de Alejandro Magno.

La fundación de la Biblioteca de Alejandría

Siguiendo el consejo de Demetrio de Falero, Tolomeo I Sóter establecería una nueva biblioteca. El edificio fue construido en el barrio más hermoso de la nueva ciudad, cerca del puerto principal, donde también se encontraba el palacio real, una prueba clara de la importancia de Ptolomeo al valor cultural de ese proyecto.

Además de los numerosos libros que Demetrio y Tolomeo I compraron para la biblioteca, ésta fue creciendo gracias a las aportaciones de sabios y literatos de la época que habrían compuesto cerca de 3500 volúmenes de comentarios.

La colección básica acumulada por Tolomeo I se levantó con gran rapidez en los siguientes dos reinados. Ptolomeo III Evergetes (reinado: 246 – 221 a.C.), empleó todos los métodos para la recopilación de libros. También se dice que Ptolomeo III habría pedido prestado a Atenas los manuscritos originales o las copias oficiales de las grandes tragedias de Esquilo (525-456 a.C.), Sófocles (496-406 a.C.) y Eurípides (480-406 a.C.). Resulta sin embargo que para los atenienses, estos textos eran un patrimonio cultural incalculable recusando la petición. Sólo después de un enorme depósito de dinero aceptaron ceder las piezas. Pero Ptolomeo III, que atribuía mayor valor a esos manuscritos que al propio oro, prefirió conservar las originales en su biblioteca. Los atenienses tuvieron que contentarse con las copias enviadas por Ptolomeo III.

La Biblioteca contenía todo lo que la literatura griega producía de interés. Es cierto que también disponía de obras extranjeras traducidas o no. Dentro de las obras traducidas por el cuerpo de traductores del propio museo, se distingue la traducción en lengua griega del Antiguo Testamento. El Pentateuco solamente acabó siendo traducido en el siglo III, los libros de los Profetas y los Salmos en el siglo II y el Libro del Eclesiastés cerca de un siglo después de la era cristiana.

Dada su riqueza, la Biblioteca recibió la atención por parte de los falsificadores. Así que una de las tareas del personal del museo era distinguir lo auténtico de obras apócrifas.

Por ejemplo, los poemas homéricos fueron analizados por un filólogo, Zenódoto de Éfeso (fin del siglo III a.C.) que marcó los pasajes más sospechosos. Lo mismo ocurrió con poemas trágicos y la literatura griega. Así nacería la crítica de los textos.

Con la decadencia de Atenas, el centro de producción de conocimiento científico se trasladó a la nueva capital del mundo helénico. Como consecuencia, hay una fusión entre el conocimiento teórico de los griegos y el conocimiento empírico de los egipcios, siendo un periodo de gran esplendor.

El fin de la Biblioteca de Alejandría

Fueron incontables los sabios que contribuyeron al desarrollo de la ciencia en Alejandría a lo largo de la historia hasta el fin de sus días.

El último científico que trabajó en la biblioteca de Alejandría fue una mujer. Se distinguió en las matemáticas, la astronomía, la física, y también fue responsable de la escuela neoplatónica de filosofía –una extraordinaria diversificación de actividades para cualquier persona en ese momento. Su nombre era Hipatia y enseñaba a sus alumnos desde la Biblioteca. Nacida en Alejandría en el año 370, Hipatia fue una filósofa que vivió en una época crucial donde la mujer no aspiraba a tales funciones ni conocimientos.  En momentos en que las mujeres tenían pocas oportunidades y fueron tratadas como objetos, Hipatia se movía libremente y sin problemas en áreas que tradicionalmente pertenecían a los hombres. Hipatia gozaba de una gran belleza y tuvo muchos pretendientes, todos ellos rechazados.

Hipatia se encontraba en medio de fuerzas sociales poderosas. Cirilo, el arzobispo de Alejandría, el arzobispo de Alejandría, la despreciaba por su estrecha relación con el gobernador romano y porque era un símbolo de la sabiduría y el conocimiento, que la iglesia primitiva identificaba con el paganismo. A pesar del gran peligro, continuó enseñando y publicando hasta el año 415 cuando fue atacada por un grupo de fanáticos del arzobispo y asesinada. Sus restos fueron quemados, sus obras destruidas, su nombre olvidado. Cirilo fue santificado.

La gloria de la Biblioteca de Alejandría es ahora sólo un vago recuerdo. Todo lo que quedó de ella fue destruida poco después de la muerte de Hipatia. Era como si toda la civilización se hubiera olvidado, y la mayoría de sus lazos con el pasado, sus descubrimientos, sus ideas y sus pasiones se extinguieron para siempre. La pérdida fue incalculable. En algunos casos, sólo conocemos los títulos de las obras destruidas, pero de la mayoría ni siquiera conocemos los títulos o autores. Sabemos que de las 123 obras de Sófocles en la biblioteca, sólo siete perduraron. Uno de ellas es Edipo Rey Las mismas cifras se aplican a las obras de Eurípides y Esquilo.

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