Como sabemos, el alcohol causa efectos significativos en el organismo humano, tanto temporales como a largo plazo en función de su consumo. Su acción depresiva sobre el cerebro y el sistema nervioso disminuyen la capacidad mental y física de las personas, por lo que es imposible llevar a cabo tareas más complejas como conducir, por ejemplo. Según la Asociación Médica de Estados Unidos, una persona puede llegar a ser incapaz de tomar el volante cuando el nivel de alcohol en su cuerpo llega a superar los 0,05 gramos/litro en sangre.
A partir de esta conclusión, surgió la necesidad de medir la cantidad de alcohol presente en el cuerpo de los conductores. Dado que tomar muestras de sangre y enviar a analizar en laboratorios sería algo poco práctico, se pensó en desarrollar un objeto que permitiera evaluar el estado del conductor en el acto de realizar la prueba. Todo se resolvió en 1954 cuando el Dr. Robert Borkenstein, de la Policía Estatal de Indiana (Estados Unidos), inventó el alcoholímetro, un aparato que permitía comprobar los niveles de alcohol por medio de un análisis del aire exhalado a través de los pulmones.
El instrumento consta de un tubo transparente, una boquilla y una bolsa de plástico que se infla. Para tomar una prueba de aliento,
se debe soplar por la boquilla. Cuando una persona bebe una bebida alcohólica, el alcohol se absorbe a través de la boca, garganta, estómago e intestinos, hasta alcanzar el torrente sanguíneo. Cuando la sangre pasa a través de los pulmones, circula atravesando las membranas de los alvéolos pulmonares hasta el aire. Por lo tanto, es posible medir los niveles de alcohol en el cuerpo de un individuo a través del análisis de su aliento.
El aire de escape entra en contacto con una mezcla de ácido sulfúrico, dicromato de potasio, nitrato de plata y el agua, haciendo que cambie su color de amarillo a verde. Es a partir de este cambio de color cuando se pueden estimar los niveles de alcohol en la sangre y el estado de intoxicación de un individuo.