Desde el punto de vista de la psicología de la personalidad en su búsqueda por tendencias de comportamiento, es interesante preguntarse cuál es la relación entre la actitud y el comportamiento real. Las primeras investigaciones sobre las actitudes han estado marcadas por la idea de que las actitudes se forman por las sentencias cuasi-consciente de ciertas características de los objetos y, por lo tanto, se pueden medir a través de cuestionarios o preguntas simples.
En un estudio de 1934, Lapierre escribió cartas a 250 hoteles y restaurantes en los Estados Unidos preguntando si estos establecimientos atendían a los clientes chinos. En ese momento reinaban en los EE.UU. muchos prejuicios contra los chinos y el 92% dijo que no atendían a los chinos. Sin embargo LaPierre había ido a todos estos restaurantes y hoteles antes de seis meses acompañado por una pareja de chinos y fue siempre atendido. Los propietarios se dejaron obviamente influenciar por otros factores y no únicamente su preconcepto. El estudio posterior confirmó la baja correlación entre la actitud y el comportamiento directo. Wicker (199) buscó explicar ese fenómeno afirmando que las características individuales del comportamiento serían específicas a las situaciones y no podrían ser calculadas a través de actitudes genéricas.
Lo que los primeros investigadores dejaron de observar, sin embargo, fue el principio de agregación: los estudios fueron realizados en torno a una situación. Fishbein y Ajzen (1974) mostraron que la actitud de individuos en relación a religión tenía una baja correlación con el comportamiento real cuando se medía apenas un tipo de comportamiento (por ejemplo: ir a la Iglesia en navidad), pero esa correlación se aumentaba cuando se preguntaba por diversas formas de comportamiento (rezar, ir a la Iglesia, hacer donaciones, etcétera).
Lo que Fishbein y Ajzen observaron con relación al comportamiento descrito por las propias personas, lo mostraron Weigel y Newman (1976) en relación al comportamiento observado. Esos dos autores indagaron en la actitud y el comportamiento en su relación con la ecología, es decir, si las personas con una actitud positiva con la ecología también participaban defendiendo sus ideales (combatiendo la energía nuclear, promoviendo un uso responsable, recogida de basura, etcétera). Aquí el comportamiento era observado y no preguntado, y aquí también se repetía la misma situación: si se tomaba apenas un o pocos comportamientos la correlación entre acttud-comportamiento era baja; si se tomaban muchas formas, era alta. De esta manera, una actitud positiva con una determinada situación (ejemplo: ecología) no determina que se actúe de una manera correspondiente a esa actitud (participar en movimientos ecológicos), pero predice que la persona, de una manera general, tiene un comportamiento más ecológicamente consciente que una persona con una actitud neutral o negativa en torno a ese valor.
