El absolutismo se impuso en Francia entre los siglos XVI y XVIII, un período conocido como el Antiguo Régimen. Se trata de un largo período de la historia de la monarquía francesa, dominada principalmente por la dinastía de los Borbones.
Luis XIV, quien adoptó el Sol como símbolo de su poder, había creado un gran número de otros símbolos para marcar su posición como monarca absoluto. En un momento en que pocos sabían leer, era necesario que las apariencias pudieran mostrar el poder y prestigio.
El pico del absolutismo francés se produjo bajo el reinado de Luis XIV, conocido como el Rey Sol. Como monarca, su vasto imperio sirvió de ejemplo de régimen histórico, habiendo influido a otras monarquías europeas contemporáneas.
Además de transformar la vida de un rey en espectáculo, se basó en las teorías propugnadas por muchos pensadores que trataban de explicar y justificar el poder absoluto de los reyes. En Francia, dos teóricos fueron los principales promotores: Jean Bodin y Jacques Bossuet. Ambos pensadores defendieron la idea de que la autoridad del rey venía directamente de Dios y, por tanto, la gente simplemente debía obedecer. El rey quedaba sujeto sólo a la ley natural dada por Dios. Se constituía así una posición de autoridad que conjugaba política con religión.
Fortalecimiento del poder real
La Guerra de los Cien Años, un conflicto que enfrentó a Francia e Inglaterra entre 1337 y 1453, contribuyó a la consolidación del poder del monarca francés, en el que se alcanzó un elemento fundamental en la formación del moderno Estado-nación: el establecimiento de un ejército permanente.
En el siglo XIV, Francia ya se había constituido en un amplio territorio nacional, dejando atrás el pasado feudal y las divisiones que caracterizaron el período medieval. Al mismo tiempo, las finanzas estaban centralizadas, los impuestos extendidos a la nación y la burocracia estatal formada. Ante este escenario, el conflicto militar nuevo – esta vez en contra de España y Austria – contribuían a fortalecer aún más el poder del monarca.
En la transición de la Edad Media a la Edad Moderna, la dinastía que reinó en Francia fue la de los Valois. Fue bajo el reinado de los Valois que Francia experimentó uno de los momentos más importantes de este período: las guerras de religión que se produjeron durante el siglo XVI, entre católicos y protestantes franceses – los conocidos como hugonotes.
Aunque, al principio, estas guerras amenazaron el proceso de centralización política, debido a las consecuencias que podrían tener una guerra civil por la unidad del reino de Francia, los conflictos religiosos terminaron sirviendo para reforzar el poder central, un proceso visto como necesario para poner fin a las divisiones religiosas.