La abiogénesis (o generación espontánea) es una teoría que fue refutada en la antigüedad. Consiste en la creencia de que los seres vivos se podrían originar de la materia bruta. Por ejemplo: durante mucho tiempo, se pensó que las larvas de moscas presentes en cadáveres en descomposición eran, en realidad, gusanos que se originaron en este tipo de material.
Grandes pensadores como Aristóteles, San Agustín, René Descartes e Isaac Newton, aunque reconociendo la función de reproducción, piadosamente creían en esta teoría y la utilizaron para explicar el origen de algunos organismos vivos.
Para ellos, había un principio que proporcionaba a apenas determinados medios la capacidad de formación de nuevos seres: la de la fuerza vital. Partiendo dese pensamiento, apenas cuando se dieran las condiciones para esta fuerza fluir es que tal fenómeno podía suceder.
Sin embargo, a mediados del siglo XVII, Francesco Redi, por medio de experimentos demostró que los gusanos presentes en carne podrida eran, de hecho, las larvas de moscas que surgieron debido a la presencia de los animales adultos de esta especie en el sustrato en cuestión. Tal descubrimiento refutó la teoría de la abiogénesis hasta el momento en que, con el advenimiento del microscopio, se pasó a indagar en el origen de los microbios y pensar que tales seres vivos solamente podrían surgir por generación espontánea.
Para verificar dichas investigaciones, se realizaron otros experimentos. Needham, por ejemplo, introdujo caldos nutritivos en tubos de ensayo, calentó y aisló con tapones de corcho. Después de unos días, se dio la presencia de los seres microscópicos – una posible prueba del mecanismo de la abiogénesis. Spallanzani, 25 años más tarde, repitió el mismo experimento, pero hirviendo la solución por tiempo considerable; en consecuencia, tuvo como resultado el no aparecimiento de esos organismos.
Needham argumentó que su compañero había destruido la fuerza vital de la sustancia y, por lo tanto, obviamente no hubo vida en la muestras.
Tal idea perduró hasta que Pasteur, aproximadamente 100 años más tarde, preparó líquidos nutritivos en frascos cuyos cuellos de botella se calentaron y moldearon como cuellos de cines. Calentó las sustancias hasta que salieran vapores por las aberturas, las dejó enfriar y percibió que, después de varios días, ellas permanecían sin la presencia de gérmenes.
Concluyó que estos estaban varados en la larga curvatura del cuello con la ayuda de las gotas de aire – funcionando tal como un filtro – y comprobó esa idea después de romper el cuello de cisne de algunas muestras y verificar que estas pasaron a presentar tales microorganismos algunas horas después.
Así, como el líquido está contaminado después de la ruptura de los cuellos de botella (no destruyó la fuerza vital) y, además, este tenía contacto con el aire, Pasteur consiguió probar que la abiogénesis tampoco se aplicaba a este caso.