Seguidor de la biogénica, Louis Pasteur en 1861, a través de un experimento, demostró de manera concluyente la imposibilidad de la generación espontánea de la vida como defienden los abiogenistas, es decir, el origen de la vida solamente es posible a partir de la materia viva, de un ser vivo preexistente.
En el experimento, Louis Pasteur añadió un caldo de cultivo a un matraz de cuello largo. A continuación, calentó el cuello, imprimiendo a ese un formato de tubo curvado (cuello de cisne). Después del modelado, continuó con el caldo hirviendo, sometiéndolo a una temperatura hasta el estado estéril (ausencia del microorganismo), pero permitiendo que el caldo tuviera contacto con el aire.
Después de hervir, dejando el recipiente de cristal en reposo por mucho tiempo, percibió que el líquido permanecía estéril. Esto fue posible por causa de dos factores:
El primero fue consecuencia de las trabas físicas, causadas por la sinuosidad de los cuellos de botella. El segundo, ocasionado por la adhesión de partículas de impurezas y microorganismos de las gotas de aguas formadas en la superficie interna del cuello durante la condensación del vapor emitido por la calefacción y la refrigeración cuando está en reposo.
Después de unos días para verificar la no-contaminación, Pasteur rompió la parte superior del recipiente de cristal (cuello), exponiendo el líquido inerte a los microorganismos suspendidos en el aire, favoreciendo las condiciones para la propagación de gérmenes.
Este científico, además de contribuir al fin del equívoco abiogenista, también desarrolló, a partir de la aplicación de calor y frío simultánea, la técnica de pasteurización largamente utilizada para la conversación de los alimentos.
En resumen, Louis Pasteur hizo hincapié en la importancia de las prácticas de higiene como hervir o filtrar el agua, lavar y almacenar los alimentos adecuadamente para evitar la contaminación con bacterias patógenas.