Debido a una serie de conflictos de muy diferente naturaleza, en 1911 fue derruida la dinastía Qing. Con la fundación de la República de China bajo el mando de Sun Yat-sen se inició un proceso de modernización del país y de integración de ideas occidentales, que lógicamente afectó igualmente al arte. Muchos pintores salieron a estudiar al extranjero, primero a Japón y por último a Europa, especialmente a París. Al retornar a China eran portadores de nuevas ideas, como atrevidas gamas de colores y otras características de la pintura europea en cuanto a pincelada, perspectiva y tendencia a la abstracción. Las artes decorativas, sin embargo, fueron menos receptivas a la influencia exterior, por lo que los estilos convencionales se siguieron cultivando.
El instauración de la República Popular de China en 1949 introdujo otro cambio importante en el arte y la cultura del país. Bajo el mando de Mao Zedong, la pintura y las artes decorativas se vieron impregnadas de contenido político. Los artistas practicaban un lenguaje pictórico próximo a las escuelas ulteriores a la dinastía Qing, sin embargo incluían en su obra asuntos de elogio a la restauración socialista. Muchas artes conocidos convencionales, que no habían sido reconocidas como tales durante las etapas dinásticas, pasaron a ocupar un lugar destacado. El arte del tejido, de la cestería, de la joyería y del grabado en madera se sumó a la cerámica, la laca y la talla en jade, ante la relevancia cobrada por la artesanía tanto para el uso interno como para la exportación. A partir del fallecimiento de Mao, acaecida en 1976, el arte chino se presenta menos politizado en todos los sentidos, lo que asentirá juzgar mejor su evolución futura dentro del entorno de su tradición histórica.