Las cintas de gánsteres y musicales dominarían la pantalla a comienzos de 1930. El éxito de Hampa dorada (1930), de Mervyn LeRoy, hizo una estrella de Edward G. Robinson. Películas como El enemigo público número 1 (1934), de W. S. Van Dyke, o Scarface, el miedo del hampa (1932), de Howard Hawks, dieron dinamismo, vigor y realismo a la pantalla, como los musicales y las comedias estrafalarias que parecían exhibir una conducta contestataria ante la vida. El éxito del musical de la Warner, La calle 42 (1933), de Lloyd Bacon y Busby Berkeley, inició una tendencia a hacer cintas de baile, con coreografías magistrales de Berkeley. Éstas darían paso a musicales más intimistas, como los de Fred Astaire y Ginger Rogers, como Sombrero de copa (1935), de Mark Sandrich, y Swing time (1936), de George Stevens.
Los cómicos conocidos, como W. C. Fields, los Hermanos Marx, Mae West y Stan Laurel y Oliver Hardy (el Gordo y el Flaco), desarrollaron al tiempo mundos cómicos diferentes y personales con los que el público de cada uno de ellos se identificaba. Por así pues, gran parte de la violencia y la carga sexual de las iniciales cintas de gánsteres y de las comedias musicales fue reducida por la influencia de la Legión Católica para la Decencia y la ascendente fuerza de las leyes de la censura de 1934.
La tendencia a evadirse de una realidad no demasiado halagüeña se acentuó en aquellos años. Un ciclo de cintas de miedo clásico, entre las que se incluyen Drácula (1931), de Tod Browning, El doctor Frankenstein (1931), de James Whale, y La momia (1932), de Karl Freund, salió de los estudios de la Universal, y provocó una serie de secuelas e imitaciones a lo largo de toda la década. Una cinta que cosechó un éxito rotundo de taquilla fue King Kong (1933), de Merian C. Cooper. En el género fantástico igualmente destacó El mago de Oz (1939), de Victor Fleming, musical infantil inspirado en el libro de L. Frank Baum, protagonizado por Judy Garland, que se transformaría en la primera artista musical de la década de 1940.
Muchos críticos consideran que Ciudadano Kane, de Orson Welles, es una de las grandes obras maestras del cine americano. Welles dirigió, coescribió y representó esta historia que cuenta el ascenso y la caída del magnate americano Charles Foster Kane. La cinta arranca con las últimas palabras de Kane antes de fallecer: «Rosebud», cuyo significado sólo será revelado al final del film.
La realización de cintas fantásticas de Hollywood se intentó equilibrar durante la década de 1930 con cintas más serias y realistas, europeas en su mayor parte, como la germánica El ángel azul (1930), de Josef von Sternberg, que dio a conocer a Marlene Dietrich, o la francesa La gran ilusión (1937), de Jean Renoir, identificada una de las grandes cintas antibélicas de la historia del cine. Un cineasta americano proveniente de la radio, el escritor-director-artista Orson Welles, sorprendió desde su primera obra con sus nuevos encuadres, propósitos angulares y efectos de sonido, entre otras innovaciones, que ampliaron considerablemente la lengua cinematográfica. A pesar de que jamás llegó a adaptarse a la industria de Hollywood, y pocas veces encontró respaldo financiero para sus proyectos, sus cintas Ciudadano Kane (1941) y El cuarto mandamiento (1942) tuvieron una influencia capital en la obra de los cineastas ulteriores de Hollywood y del mundo entero.