Uno de los hallazgos destacados de la antropología del siglo XIX ha sido que las relaciones de parentesco constituyen el núcleo central de la organización social en todas las sociedades. En numerosas de ellas, los conjuntos sociales más destacados se definen en clanes y linajes. Cuando la pertenencia a dichas corporaciones de similitud se asigna a las personas sólo por la línea masculina, el método se denomina de descendencia patrilineal. Antes del avance del comercio y de la urbanización a gran escala, muchos pueblos europeos se encontraban organizados desde el punto de vista económico y político como conjuntos de filiación patrilineal.
Las sociedades matrilineales, en las que el parentesco se difunde por línea femenina, son menos comunes hoy día. Heródoto fue el primer erudito en detallar este tipo de método social, que detectó entre los habitantes de Licia, en Asia Menor.
La organización de parentesco bilateral, en la que se tiene en cuenta la parte materna y la paterna, es la que predomina en las sociedades más sencillas de cazadores-recolectores (tales como los pueblos san en el sur de África o los inuit de las regiones ártica y subártica). El antropólogo británico Robert Stephen Briffault protegió un concepto relacionado, el matriarcado, y aseguró que este tipo de organización social se encontraba latente en gran parte de las sociedades más primarias.
En las sociedades inspiradas en el parentesco, los miembros de un linaje, clan o demás conjuntos afines suelen ser descendientes de un antepasado común. Este concepto es un componente unificador, pues dota a grandes masas de individuos de cierta cohesión para hacer frente actividades guerreras o rituales, lo que les hace percibirse diferentes de sus residentes y rivales. Por ejemplo, entre las hordas centroasiáticas que durante siglos sitiaron a las sociedades europeas, o entre los aztecas o mexicas del continente americano, la compleja organización militar se sustentaba en el parentesco patrilineal.