Después de la Segunda Guerra Mundial, el establecimiento del orden bipolar tenía la intención de poner al mundo bajo los dictados de dos competidores de proyectos hegemónicos. Sin embargo, el desarrollo de estos sistemas en todo el mundo acabó mostrando que las acciones de mandato capitalistas y socialistas no lograban suplantar las demandas de futuras generaciones. Un ejemplo del fracaso de las ideologías totalizantes ocurrió en 1968, cuando Checoslovaquia señaló una nueva dirección.
A pesar de estar alineados con las directrices del bloque socialista, los líderes checos comenzarían a emprender las reformas que fueron recomendados por la rigidez contra los soviéticos. Un nuevo grupo de intelectuales comunistas, representada por el nuevo Secretario General del Partido Comunista Checo, Alexander Dubcek, fue destinado a dar un “rostro más humano” al socialismo. Por lo tanto, el nuevo gobernante llevó a cabo una serie de reformas que ampliaron los derechos civiles y las libertades individuales.
Entre otras cosas, la polémica reforma de Dubeck, prometió restaurar la libertad de prensa, la libertad de culto y la formación de nuevos partidos políticos. Estos cambios habían provocado escalofríos reales a los líderes comunistas soviéticos con orientación ortodoxa. Por lo tanto, tratando de revertir esta situación, los líderes del Pacto de Varsovia invitaron a Alexander Dubcek a discutir la amenazante onda contra-revolucionaria que tomaba parte de Checoslovaquia.
Con todo, concordando con los cambios que marcarían la llamada ‘Primavera de Praga’, el nuevo líder de la nación checa se negó a participar en esta reunión. El rechazo señalaba el favor de Dubeck a los cambios intensamente defendidos por la población, en especial los jóvenes.
El intento de diálogo no tuvo el efecto esperado. El 20 de agosto de 1968, un ejército compuesto por 650 soldados de los ejércitos de la Unión Soviética y otros aliados llevaron cabo la ocupación de la capital de Checoslovaquia. La incautación ocurrió en las calles, mientras las autoridades rusas derrocaron a Alexander Dubcek de su cargo político. En respuesta, la población comenzó a realizar una serie de protestas.
Algunos jóvenes trataron de hablar de paz con los soldados, pidiendo su retirada o tumbados delante de los tanques de la imposición militar. La izquierda más radical mantuvo confrontación directa lanzando bombas incendiarias contra las tropas extranjeras. Con el final del conflicto, se registraron 72 muertos y 602 heridos. A través de la frustración causada por la opresión militar, el estudiante Jan Palach decidió matarse en plena plaza pública.
El 17 de abril de 1969, el gobierno de Dubcek fue reemplazado por un nuevo líder en consonancia con los intereses soviéticos. El cambio, a pesar de las reformas hasta el final, no fue capaz de aniquilar a las nuevas tendencias en favor de una democracia socialista más abierta o de reestructuración. A finales de 1980, la llegada de Mijail Gorbachov permitió que la apertura política checa finalmente sucediera.