Durante el siglo XIX, la expansión del capitalismo y de ideales políticos liberales había llegado a diferentes partes de Europa promoviendo un momento de gran transformación. En Italia, estos cambios han ganado fuerza cuando la gran burguesía estaba interesada en la unificación de los territorios con el objetivo de ampliar sus mercados y ganancias. Sin embargo, la región estaba dividida en varios Estados absolutista o tenía parte de sus territorios dominados por otras naciones.
En los reinos de Piamonte y Cerdeña, regiones donde esa propuesta unificadora burguesa tenía mayor fuerza, el rey Carlos Alberto de Saboya decidió declarar la guerra contra Austria con el objetivo de anexar los territorios del Reino lombardo-véneto y la Joven Italia (Giovine Italia o Giovane Italia), dos movimientos nacionalistas que también lucharon por la unificación política de la península italiana.
A pesar de no haber ganado la primera batalla contra los austriacos en 1848, la acción de Carlos Alberto activó el proyecto de unificación de Italia. Responsable de dar continuidad a este movimiento era el piamontés primer ministro Camillo Benso, conde de Cavour, que buscó el apoyo de Napoleón III en una nueva guerra contra el Imperio austríaco. De este conflicto, los italianos lograron sólo el dominio en las regiones de Lombardía, siendo las otras áreas en disputa preservadas bajo las manos de la Iglesia.
Durante este período, el papa tuvo influencia política en la mayor parte de los territorios centrales de la península. Sin embargo, el crecimiento de la propuesta nacionalista promovió una serie de revueltas interesadas en disminuir el poder político de la Iglesia y forma un solo Estado italiano. Una vez más, Napoleón III se alió con el Reino de Piamonte a las regiones de Toscana, Módena, Parma y Emilia-Romaña fueron liberados del poder ejercido por la iglesia católica.
En el sur, la unificación tuvo lugar gracias al esfuerzo de un ejército de voluntarios dirigido por Giuseppe Garibaldi. Por otro lado a favor de la unificación, los ejércitos del sur – popularmente conocidos como camisas rojas – lograron derrocar las monarquías que controlaban Sicilia y Nápoles. A pesar de oponerse a la instalación de una monarquía en territorio italiano, Garibaldi cedió a los intereses piamonteses para que el proyecto unificador no se debilitase con una guerra civil.
Con eso, Victor Emmanuel II se convirtió en emperador en gran parte de los antiguos reinos que componían la península italiana. Pasó la última y mayor resistencia en los Estados Pontificios, donde el Papa estaba usando su influencia religiosa para que los fieles católicos no reconociesen la autoridad del nuevo gobierno. Sin embargo, la conquista de Roma en 1870, terminaría finalmente la oposición religiosa a la unificación.
Con respecto a Austria, restó solamente poner fin al control ejercido en las regiones de Trento, Istria y Trieste. La cuestión se resolvió finalmente después de la primera guerra mundial, cuando los austriacos se vieron obligados a ceder su autoridad en estos territorios. La resistencia papal sólo fue resuelta con la subida de Benito Mussolini al gobierno italiano, momento en que el amplio apoyo al fascismo obligó al papa Pío XI a reconocer la unificación con la firma del Tratado de Letrán en 1929.