En el curso del proceso de la Revolución Industrial nos encontramos con que la creciente necesidad por las nuevas tecnologías que se ha convertido en una demanda común de cualquier nación o propietario de la industria que quisiera ampliar sus beneficios. Así, el modelo industrial estipulado en el siglo XVIII ha sufrido varios cambios y mejoras que han marcado esta constante búsqueda de la novedad. En particular, podemos ver que, desde 1870, se consolidó una nueva ola de tecnología llamada la Segunda Revolución Industrial.
En esta nueva etapa, el uso de la electricidad, el uso del motor de combustión, los colorantes sintéticos y la invención del telégrafo estipula la exploración de nuevos mercados y aceleración del ritmo industrial. Por lo tanto, nos dimos cuenta de que muchos científicos comenzaron a buscar en el desarrollo de las teorías y las máquinas para reducir los costos y el tiempo de fabricación de productos que pudieran ser consumidos en escala cada vez mayor.
La electricidad ya se conocía un poco antes de ese tiempo, pero su uso estaba restringido para el desarrollo de la investigación de laboratorio. Sin embargo, se utilizó como una especie de energía que podría transmitirse a larga distancia y generaría un costo mucho menor en comparación con el vapor. En el año 1879, la creación de la bombilla marcó un hito en los sistemas de iluminación en los grandes centros urbanos e industriales de la época.
El aceite, que antes sólo se utilizaba para la operación de sistemas de iluminación, ahora tenía un nuevo uso con la invención del motor de combustión. Esto, junto con la electricidad, el mineral pasó a tener un ritmo de sobreproducción. En este aspecto, no debemos olvidar destacar otros avances en el campo de la química que también beneficiaron a esta fase del capitalismo industrial.
Nuevas experiencias permitieron el aprovechamiento del mineral sin importancia en la obtención de la materia prima y otros tipos de maquinaria. El acero y el aluminio fueron ampliamente usados por su resistencia y maleabilidad. Los métodos más sencillos de fabricación permitieron que el ácido sulfúrico y soda cáustica fueran accesibles. A través de estos dos compuestos se podía acceder a una producción masiva de caucho, papel y explosivos.
En relación con el transporte, podemos ver que las nuevas fuentes de energía y la producción de acero llevaron al desarrollo de medios de transporte más ágiles y baratos. Durante el siglo XIX, la construcción de ferrocarriles fue el sector del transporte que más creció. Durante este período, los Estados Unidos y Europa tenían en conjunto alrededor de 200.000 kilómetros de vías construidas. Según otros datos, sólo en la década de 1860, más de dos millones de personas fueron contratadas para el mantenimiento de este nuevo medio y servicio público.
A través de estas innovaciones, la industria pudo lograr aumentar los beneficios y racionalizar el proceso que estaba entre la obtención de las materias primas y la venta del producto al consumidor. Al mismo tiempo, un control más específico sobre el gasto permitió el cálculo preciso de los márgenes de ganancia que se obtenían de la materia prima y la venta del producto al consumidor. Por lo tanto, el capitalismo rompió las nuevas fronteras y se centró en la aceleración de la economía global.